Tribuna de opinión
Juan Luis Selma
Todo, por un Niño que nos ha nacido
El lanzador de cuchillos
Tomás Gimeno, el padre desaparecido en Tenerife desde el 27 de abril junto a sus hijas Anna y Olivia, habría dado muerte a las niñas en su finca de Igueste de Candelaria y, posteriormente, arrojado sus cuerpos al mar en un plan preconcebido y dirigido a infligir a su ex mujer el mayor daño posible. Es lo que afirma la magistrada del Juzgado de Instrucción nº 1 de Güimar en un auto, dictado el sábado, que añade que Gimeno quiso provocar en la madre, objetivo último de su acción criminal, la incertidumbre acerca de la suerte que habían corrido sus hijas, sumergiéndolas en el océano en un punto de difícil acceso, con la intención de que sus cuerpos nunca pudiesen encontrarse.
El asesinato monstruoso de las dos chiquillas a manos del grandísimo hijo de puta que habría debido protegerlas ha conmovido a España y provocado --cómo no!- la reacción desvergonzada de algunos de nuestros representantes públicos, a los que, visto lo visto y escuchado lo escuchado, parecen preocuparles sólo las muertes de niños inocentes si sirven para arrimar el ascua a su sardina política. Ha sido el caso de Pedro Sánchez e Irene Montero, que han aprovechado el horrible crimen de las niñas canarias para impartir una masterclass de sectarismo e indecencia. Según el presidente y la ministra de Igualdad, la violencia vicaria (ejercida sobre tu prole para enterrar en vida a tu ex pareja) es exclusiva de los hombres. Olvidan, impúdicamente, que las estadísticas dicen otra cosa. Que las mujeres matan a sus hijos en una proporción mayor que los hombres y que muchos de esos filicidios se planean y ejecutan como venganza contra sus padres. No tenemos que remontarnos demasiado en el tiempo: hace dos semanas, una mujer (¿alguien conoce su rostro o su nombre?) asfixió con una bolsa de plástico a su hija de 4 años en Sant Joan Despí. La asesina ha confesado ante el juez que la mató para darle al padre, del que lleva tiempo separada, un escarmiento. La familia paterna de Yaiza dice sentirse abandonada: para esta criaturita no ha habido velas ni minutos de silencio, nadie se ha dirigido al afligido -y desconocido- progenitor para expresarle su pesar. Se confirma que hay víctimas -directas o vicarias- de primera y de segunda. Pero yo no me puedo quitar de la cabeza a ninguna de ellas. Imagino -hasta donde es posible imaginar- cómo será el dolor de la madre canaria y del padre catalán. Y pienso, sobre todo, en la tragedia de las tres pequeñas asesinadas a las puertas del verano y me pregunto si es que Dios decidió este año adelantar sus vacaciones.
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