Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
Brindis al sol
Los libros son buenos medios para adentrarse en el pasado. Una página bien escrita logra transportar al lector interesado a cualquier época que aspire conocer. Un buen paseo literario permite recuperar y revivir, desde un cómodo sillón, los años ya transcurridos. Porque la vida no sólo se alarga viviéndola hacia delante, también conviene mirar hacia atrás, hacia lo que ya sucedió y ha quedado perdido en el baúl de las costumbres arrumbadas. Andalucía nació porque una serie de escritores empezaron a recoger y recopilar sus hábitos de vida, el carácter de sus habitantes, sus trabajos, penas y fiestas. Es decir, sus narradores empezaron a exponer su singularidad, y sin la ayuda que le prestó esta literatura costumbrista (primer esbozo de lo que luego sería la antropología) quizás Andalucía no existiera. O sería otra cosa, sin la popularidad difundida por tanto artículo y tanto grabado que, a través de libros y revistas, dieron vida propia a esta región. Y esos escritos continúan ahí, disponibles, basta leerlos para recuperar aquellas viejas maneras de convivir. Con todo, hay otro medio valioso que igualmente permite adentrarse y revivir los viejos tiempos. Pero sobre él ha caído, últimamente, una capa de polvo y marginación, y cada día alimenta menos la memoria colectiva del pasado de los andaluces. Este medio, que debería ser revitalizado, lo forma un peculiar tipo de museos: los llamados de artes y costumbres populares. Y cumplen el mismo cometido recordatorio que facilitaron aquellos libros fundadores, escritos hace ya casi dos siglos. Así, cuando entras en uno de ellos, sales de tu mundo cotidiano y te adentras en otro espacio, en el que encuentras, por ejemplo, reconstruida con la mayor minucia y esmero, una cocina como la que usaron nuestros antepasados. Con igual fidelidad aparece una barbería, un pajar, una escuela o una sala de tertulia, ambientado todo con enseres, pinturas y mobiliarios. Escenas recreadas para lograr que el visitante pueda mentalmente trasladarse a ese viejo espacio que ansía conocer. Casi todos estos museos mantienen un ingenuo candor decimonónico y existen, por fortuna, en casi todas las provincias andaluzas. Frente a tanta digitalización uniformadora, en ellos se ofrece el encanto de un tratamiento conservacionista modesto, casi artesano, para mostrar, a las nuevas generaciones, viejas costumbres que dieron paso a tiempos modernos. Por eso, deberían ser articulados dentro de una red que los complementara, ofreciendo una conjuntada memoria cotidiana de Andalucía.
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