Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
Su propio afán
Con melancolía creciente he visto la entretenida serie Un caballero en Moscú, inspirada en la gozosa novela homónima de Amor Towles. Este artículo, sin embargo, no va a ser la enésima queja de que las series no están a la altura de los libros en los que se basan.
La melancolía es sólo por la melancolía. El libro de Towles es una gozada, con trazas del humor de P. G. Wodehouse y espolvoreada de una frivolidad con burbujas. La historia del conde Rostov, condenado a arresto domiciliario perpetuo en el hotel Metropol de Moscú por los soviéticos, tiene sus vetas de inverosimilitud; pero mínimas. En una reseña señalé algunos de esos defectos.
El primer chasco con la serie es su empeño en arreglar por su cuenta y riesgo los fallos de la novela, que coinciden en una inquietante medida con los que yo también detecté. Pero el guionista ignora que los fallos van aparejados a los aciertos en las novelas y en las personas. Como decía Juan Ramón, hay que verlos e incluso suspirarlos, pero no corregirlos, salvo que sean defectos nuestros o de nuestros libros y, aun así, no siempre.
Todavía peor es lo que la serie demuestra que nuestros tiempos no entienden. Al conde Rostov lo rebajan imperdonablemente. En la novela medía su buen 1’90 y en la serie mide 1’77; pero me refiero a que lo retratan haciendo cosas que el auténtico Rostov no haría jamás ni, por supuesto, hace en su novela: esnobeando a un amigo, mintiendo, lloriqueando, rompiendo una vajilla antigua en un arrebato de mal genio, rebajándose ante una amada desdeñosa, etc. Los otros personajes también pierden. Hacen que la deliciosa Sofia pase por la edad del pavo, ay.
Tampoco la serie entiende nada de su amistad de igual a igual con un jerarca bolchevique. Y no entiende el fondo del sentido del humor, aspecto que deja de ser melancólico para caer en lo trágico. Las variaciones del guión se hacen para reforzar el pathos. La máxima de Montaigne según la cual “la señal más clara de sabiduría era la alegría constante” la citan, sí, pero no la cumplen. Mi mujer lloró viendo la serie, compungida, y yo lloré leyendo el libro, desternillado.
Al menos ambas, serie y libro, guardan lo importante que es, en palabras de Mario Crespo, su condición de manual de resistencia frente a los totalitarismos fuertes y blandos. Como nos hace mucha falta plantar cara, yo pediría amparo al conde Rostov, aunque sea en la serie, si no queda otro remedio.
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Gracias, Errejón