02 de septiembre 2024 - 03:06

He dejado de fumar. Lo he hecho calladamente, aunque lo diga ahora, justo en el momento en que agosto se marchó y llegó septiembre. Lo he hecho con la convicción justa de quien ha fumado mucho y lo ha disfrutado más, pero con el propósito firme de conseguirlo esta vez porque es un compromiso conmigo mismo, de pico (mucho) y pala (algo). Leña al mono. Es un amanecer.

He vuelto al curro. Con ganas, sí. Sin darme mucho cariño ni compasión ni camama. Sin ambages y sin excusas. Si hay que mandar el síndrome postvacacional del carajo al mismo, se manda. Toda la vida de Dios se ha trabajado cuando tocaba, que era casi siempre, y sin quejarse. Hoy, muchas veces, parece que seamos una pupa viva. Yo sé que vuelvo a Vietnam. Vale, ¿y qué? Sin miedo. Amanece.

Esta vez va muy en serio. He hecho deporte. Voy a seguir. El sábado, que no era septiembre, pero ya era entreno, descargué unas diez bolsas de tierra. Algunas llevaban piedras, de esas que sirven para filtrar. Vaya, desmonté el parterre que tanta ilusión concitó y tan poco fruto dio. La madera se rompía, podrida, al desenroscar los tornillos de estrella que unían sus partes. Tiré también los listones. Deporte involuntario sin conciencia. El domingo, ya oficial, comencé una tabla de pasitos, saltitos, destrozos abdominales y planchas incómodas. Quiero seguir con el boxeo. Lo hago seguro. Sudor. Eso sí que es amanecer.

Extraigo de mis notas de viaje: “Una de las ventajas de levantarse temprano es que ves cosas que otros no (…) Ver amanecer es amanecer uno mismo. El despuntar de las primeras luces rojizas, anaranjadas, ya alienta el espíritu (…) Respiro. El viento me da en la cara y en el cuerpo y, aunque me mueve, no me rinde. (…) Me siento y me sé pequeño, pero, al tiempo, parte de todo esto y, sobre todo, afortunado por poder verlo. Ver amanecer para saber que amanece (…), pienso que debería ser religión ver amanecer a diario: ser consciente de que amanece, no solo saber que amanece. (…) Despunta el sol y sube por el horizonte muy rápidamente. Es prácticamente inmediato verlo despuntar y encontrártelo redondo, más bien naranja, pera después tomar un amarillo de fulgor creciente que pareciera extenderse a los lados, inundando, ya sí, las partes del cielo que aún se mantenían oscuras, en penumbra. Sé que el sol fuera es el amanecer, pero, en fin y en verdad, me alimenta más el proceso desde que clarea (ahí empiezo a contar el amanecer, aunque no haya amanecido) que la propia conclusión final. Como la vida misma. El final del proceso para mí, que llegue el día que empieza, es que comienza otro proceso”.

Sin tabaco (sin comentarios), con trabajo (el mismo, que siempre cambia) y más deporte (quiero decir, consciente y voluntario), amanece por decimoctava vez este habitante de Roma. El sol, que siempre sale, para que, si se quiere, nos leamos, por fortuna, lo del sol.

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