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LA gente informada y con un mínimo de sentido común mira de soslayo que una empresa quiera gastarse una millonada junto al río para crear un gran centro de ocio. La idea se ve con desconfianza, porque Córdoba, hasta la presente, no ha sido ciudad de sacar grandes proyectos adelante. Entre el pesimismo, la sospecha y la desconfianza se mueve una mayoría que lee prensa, oye radio y advierte una cantinela de 140 millones, que en este caso está protagonizada por el grupo Tremón. No es cuestión de dudar de estos empresarios, y menos del Ayuntamiento, que acoge el proyecto y ve lo que puede hacer para que salga delante de forma legal y que genere empleo, pero no me negarán que tanto nos ha ido el cántaro de la ilusión a la fuente que cuando a estas alturas vemos un proyecto de esta envergadura nos embarga la duda. Vamos que ya lo mismo pensamos que aquello puede ser desde un casino hasta un magno centro comercial pasando por cualquier ocurrencia para especular a costa de una ciudad necesitada. Pero no es así. Habrá que esperar y tendremos que exigir garantías al Ayuntamiento, porque los tiempos del faraón terminaron. Si encima se nos cruza por delante Rafael Gómez con sus frases estelares pues ya nos estallan todas las alarmas, que se conectan a la tensión que añade una oposición que ve en todas estas iniciativas el estandarte del capitalismo atroz sin acordarse de sus maniobras pasadas con promesas de grandes firmas. ¿Se acuerdan?
Reconozco que a fuerza de recordar titulares de los tiempos de bonanza y con los ecos del proyecto de Tremón en la mente, uno se va acercando a la parte ciudadana, a la de la gente de la calle y piensa que lo que no hagamos por nosotros no lo hará nadie. Puede parecer pesimista, pero mientras todo el mundo habla de macrocomplejos salvadores, a mí me ha dado por imaginar el huerto urbano de la Fuensanta cuajado de tomates el próximo verano. Pienso en gigantescas ensaladas como arma arrojadiza contra la especulación y creo que vale la pena que gracias a un crowdfunding -suscripción popular- se haya puesto en marcha una iniciativa que debería extenderse porque nos hace falta alimentarnos de una conciencia cívica sin más pretensión que la de compartir un plato de verduras recién recolectadas en plena ciudad. Al final va a ser cierta esa máxima que dice que debajo del asfalto está la huerta. A estas alturas, entre Tremón y las tomateras, me quedo con lo segundo. El tiempo y la cosecha darán o quitarán razones, como siempre fue.
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