Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
Crónicas levantiscas
Patxi López es uno de los políticos más sobrevalorados de este país, no es que su consideración pública sea alta, pero su bonhomía oculta una ausencia de carácter que fue la responsable de que su paso por la lehendakaritxa dejase la huella de la pisada de un mosquito sobre el fango. Con su voz impostada –debe ensayarla todas las mañanas ante el espejo–, ha proclamado que la única causa de la condecoración que Isabel Díaz Ayuso le ha impuesto a Javier Milei es la voluntad de jorobar. En efecto, Patxi, de jorobar al PP y a Alberto Núñez Feijóo.
Para la derecha dura, Feijóo es un dirigente débil que llegó con las maletas desde el cortijo gallego, acompañado de una panda de indolentes que no comprenden las esencias del poder y de Madrid; para la izquierda, es un colaboracionista de la ultraderecha, pero más allá de estas críticas interesadas, lo cierto es que el hombre tampoco es capaz de romper el cascarón y allí se encuentra, en Génova, al pairo de las opiniones. Las elecciones europeas no le han salido bien del todo, quedarse a dos eurodiputados y a cuatro puntos de un partido que tiene a la esposa de su líder imputada es insuficiente y no le asegura la victoria holgada que necesita en las generales.
Eso lo saben en el PP y, en especial, en el gabinete de guerra que Ayuso tiene montado en Sol bajo el mando de Miguel Ángel Rodríguez, aunque lo de la medalla a Milei ha dejado a todos los peperos enmudecidos.
El argentino venía de ser la estrella de la convención internacional de la ultraderecha en Madrid, un tipo que se deshace en elogios a Santiago Abascal y a Alvise y que proclama que la justicia social, compartida por populares y socialistas desde después de la Segunda Guerra Mundial, es una aberración. A su país va poco porque tiene bolos en todos los países donde la derecha iliberal celebra sus guateques con chupitos de diésel para calentar el planeta.
La derecha de Ayuso y la de Madrid es la que ahora presiona a Feijóo para que desista de llegar a un acuerdo con el PSOE para renovar el Consejo General del Poder Judicial ya lo han conseguido varias veces, antes de que Esteban González Pons hiciera el ridículo con la mediación del comisario Reynders. El acuerdo está hecho desde hace meses, pero Feijóo no se atreve a contrariar a quienes participan de la polarización afectiva de este país en los mismos términos que la factoría Moncloa.
Imagino a Pedro Sánchez, con esa media sonrisa que anticipa todos sus quiebros belmonteños, contemplando el espectáculo de la lideresa popular abrazada al más estrafalario de los dirigentes ultras, vaya tropa.
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