B osquiano

Confabulario

Aprovechando el Día del Bosco, el Museo del Prado ha propuesto a la Academia que incluya en su diccionario la palabra “bosquiano”, como antes incluyó los adjetivos velazqueño y picassiano. En los casos citados, la Academia se limitó a una sucinta prosa descriptiva –“perteneciente o relativo a Velázquez”; “propio de Picasso”–, de modo que no cabe esperar modificación alguna en lo tocante al Bosco. Ahora bien, qué es lo propio del Bosco, en qué consiste lo bosquiano, es un asunto que acaso no sepamos determinar tan fácilmente. ¿Bosquiano es similar a grotesco, a dantesco, a disparatado, a la drôlerie medieval, a lo goyesco (también consignado por la RAE), a lo gargantuesco, a lo desmesurado, a lo monstruoso, a lo irracional, a lo desfigurado, a lo aleccionador y quevedesco?

Seguir el rastro de las palabras es seguir la historia del mundo. Según sabemos por el padre Sigüenza y por el coleccionista y cortesano Felipe de Guevara, el Bosco fue el pintor favorito de Felipe II. A él se debe que el Prado posea el mayor número de obras de este artista que existen en el mundo. También sabemos por Sigüenza y Guevara que entonces la pintura del Bosco se consideró una pintura imaginativa, piadosa y moralizante, en absoluto arbitraria. En el siglo siguiente, sin embargo, Quevedo tendrá ya al Bosco por ateo en El alguacil endemoniado. ¿Qué significará bosquiano hoy para nosotros? Por los días del césar Carlos, se usó la palabra “grotesco” para calificar las pinturas de la Domus Aurea de Nerón, recién descubiertas, a las que se accedía por una gruta junto al Coliseo. Fue, de hecho, Rafael quien llevó estos “grutescos”, tan odiados por el arquitecto Vitrubio, a las paredes del Vaticano. También por aquellos días –seguimos en el XVI– Montaigne calificará despectivamente de “letraheridos” (letraferits en el Perigod), a los que Cadalso llamaría más tarde “eruditos a la violeta”. Terminando el XVII, en 1688, será la melancolía de la soldadesca mercenaria suiza, cuando cruce los Alpes a las campañas de Italia y Francia, la que dé nombre a una misteriosa dolencia del alma: la “nostalgia”, el dolor y el deseo de regresar, diagnosticada por el joven galeno Johanes Hofer.

Hoy nos resultaría fácil definir lo bosquiano por su carácter simbólico, como aquello que alude a la condenación y la locura, a las tentaciones que nos afligen, a las llamas perennes que, al cabo, nos aguardan. Y sin embargo, bosquiana es también la rubia claridad de los cuerpos, la ordenada hermosura del jardín primordial, del Edén ingenuo y favorable.

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