Notas al margen
David Fernández
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Hoy la Iglesia celebra la fiesta del bautismo de Jesús; con esta celebración acaba litúrgicamente el tiempo de Navidad. Comentábamos hace poco que era bueno respetar el Adviento como tiempo de preparación para el Nacimiento, sin adelantar acontecimientos; ahora hago notar que el tiempo navideño se alarga un poco más en la Iglesia, no termina con los Reyes.
El bautismo es un segundo nacimiento. Hace poco bauticé a una niña. No sé qué dije en la breve homilía, pero un pariente de la criatura comentó, al terminar la ceremonia, que había entendido que la niña, antes de pasar por el agua bautismal, era una niña sin más, luego una hija de Dios.
Esto nos cuenta el Evangelio: “Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco»”. El bautismo nos hace hijos adoptivos de Dios, hijos a semejanza del Hijo Único; de tal modo que, los cristianos podemos oír estas mismas palabras del Padre: “Tú eres mi hijo amado”.
El seguimiento de Cristo es totalmente personal, libre y voluntario. Hace falta una aceptación consciente, querida, para ir tras Él. En el caso de los niños, son los padres quienes hacen esta elección; lo hacen porque buscan un bien para sus hijos; al igual que los llevan a vacunar, al colegio o les enseñan a nadar, para que no se ahoguen en la piscina. No esperan a que sean mayores de edad para que libremente vayan a la escuela… Un buen progenitor hace lo mejor para los suyos, no le importa el coste, el esfuerzo. Se adelanta, y luego, con la formación recibida y preparado, ya decidirá él.
Es una pena que algunos padres buenos, con buena voluntad, queriendo respetar la libertad de los suyos, les priven de la gracia del bautismo. Esto lleva consigo que tampoco reciben una formación cristiana, una catequesis; así, manteniéndolos en la ignorancia, dificultan la posibilidad de una futura elección cristiana. Sin darse cuenta, les roban libertad, al no darles la oportunidad de conocer a Cristo.
Decía Benedicto XVI, que de tonto no tenía nada, que, al mundo, a la sociedad, le convendría, en caso de que no hubiera un dios, inventarlo. Vivir como si Dios existiera tiene muchas más ganancias que inconvenientes. Una sociedad sin Dios, como lo estamos viendo ahora, no gana nada y pierde mucho. Gana en desconfianza, en oscuridad, en egoísmos. Pierde el norte, todo es oscuro, no hay caminos. Estamos condenados a vivir con miedos y complejos. Nos abruman nuestras miserias, que ya no tienen un Redentor. Se pierde el Amor.
Hoy, ser cristiano es revolucionario; supone ir contra corriente, como los salmones. Se necesita mucha fortaleza, convicción y formación. Elegir a Cristo, los compromisos bautismales, es contracultural. Hay que salir del cardumen imperante, de la seguridad de la masa, para remontar el río de aguas bravas. Pero no olvidemos que no estamos solos, que con las aguas bautismales nos hacemos herederos de la gloria futura, de todas las riquezas divinas. Somos templos de Dios. El Espíritu Santo hace morada en nosotros. Con Dios todo lo podemos.
La fiesta del bautismo del Señor puede ser una buena ocasión para renovar nuestros compromisos bautismales, para agradecer la fe que nuestros mayores nos legaron, para comprometernos más con la sociedad, haciéndola más habitable, amable, fraterna y solidaria.
Nos pueden ayudar las palabras de Benedicto XVI que pronunció en la homilía un día como hoy: “¿Qué sucede en el bautismo? ¿Qué esperamos del bautismo? Vosotros habéis dado una respuesta en el umbral de esta capilla: esperamos para nuestros niños la vida eterna. Esta es la finalidad del bautismo. Pero ¿cómo se puede realizar esto? ¿Cómo puede el bautismo dar la vida eterna? ¿Qué es la vida eterna? Se podría decir, con palabras más sencillas: esperamos para estos niños nuestros una vida buena; la verdadera vida; la felicidad también en un futuro aún desconocido.
Nosotros no podemos asegurar este don para todo el arco del futuro desconocido y, por ello, nos dirigimos al Señor para obtener de él este don. A la pregunta: ‘¿Cómo sucederá esto?’, podemos dar dos respuestas. La primera: en el bautismo cada niño es insertado en una compañía de amigos que no lo abandonará nunca ni en la vida ni en la muerte, porque esta compañía de amigos es la familia de Dios, que lleva en sí la promesa de eternidad. Esta compañía de amigos, esta familia de Dios, en la que ahora el niño es insertado, lo acompañará siempre, incluso en los días de sufrimiento, en las noches oscuras de la vida; le brindará consuelo, fortaleza y luz”.
Formamos parte de una gran familia, de la de los hijos de Dios. Protegidos por tan buen Padre estamos seguros.
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