El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
Tribuna
El arte tiene el don de expresar de un modo bello los sentimientos. El cine así lo hace de un modo magistral. En estos dos filmes enunciados se canta a la vida. Esta es hermosa si sabemos jugar limpio, si la dignificamos, respetamos y admiramos. Los grandes dones, los que nos son regalados, no los podemos manipular, porque así los empequeñecemos.
La película La vida es bella comienza con una voz en off diciendo: “Esta es una historia sencilla, pero no es fácil contarla. Como en una fábula, hay dolor, y como una fábula, está llena de maravillas y felicidad”. En la vida hay una gran riqueza de contrastes, hay dolor y gozo, trabajo y descanso, alegría y esfuerzo. Hay imprevistos y, como en la naturaleza, sequía y desbordamientos de ríos. No podemos encauzarla según nuestros antojos, siempre nos sorprende, supera nuestras previsiones, porque es vida.
El hombre postmoderno no sabe aprovechar los inmensos recursos de la ciencia, de la técnica, para ser feliz. Buscando su comodidad, queriendo tenerlo todo previsto, ser dueño absoluto y controlarlo todo, jugando a ser Dios, está provocando una gran desertización de la humanidad. Hobbes tiene razón al afirmar que “el hombre es un lobo para el hombre”. Hay que volver a Dios para hacer bella la vida, para redescubrir lo bello que es vivir.
Hace unos días viví un bonito acontecimiento, de esos que te alegran la vida. Acompañé a unos jóvenes que se casaban. Él, ella y el diácono que los casó son antiguos alumnos de los colegios donde trabajo. El novio y el diácono de la misma clase. Han vivido un noviazgo tradicional, limpio, sabiendo esperar, guardando con ilusión la entrega total. Fue precioso. Me fijé que, en la puerta de la iglesia, había otros jóvenes muy modernos que miraban con envidia. Me dicen, desde la luna de miel, que eran muy felices y que están agradecidos.
Esto contrasta con el setenta por ciento de jóvenes que no ven la necesidad de comprometerse, de tener hijos, de formar una familia. Pero también con el horror de la violencia vicaria, la plaga de padres que están acabando con la vida de sus hijos para hacer sufrir a sus exparejas, con las agresiones.
Leemos en el Evangelio: “Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y les dijo: Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto”. La Resurrección pasa por la cruz. La alegría florece en el árbol de la cruz; las rosas tienen espinas. No es verdadera esa felicidad de plástico que nos ofrecen; no es más fácil la vida sin compromiso. No se ganan partidos sin sudar la camiseta.
Podemos atestiguar lo bonita que es la vida cuando se vive con Cristo, cuando se siguen sus consejos, cuando la compartimos con Él. La Iglesia recoge su testigo para recordarnos la dignidad de la persona humana.
Acaba de publicar el Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el documento Dignitas infinita. Dice: “el respeto de la dignidad de todos y de cada uno, es la base indispensable para la existencia misma de toda sociedad que pretenda fundarse en el derecho justo y no en la fuerza del poder. Es sobre la base del reconocimiento de la dignidad humana como se sostienen los derechos humanos fundamentales, que preceden y sustentan toda convivencia civilizada”.
Esta declaración sale al paso de los múltiples atentados que sufre el hombre. “Hoy se habla cada vez con más frecuencia de una vida digna y de una vida "indigna". Y con esta expresión nos referimos a situaciones de tipo existencial: por ejemplo, al caso de una persona que, aun no faltándole, aparentemente, nada de esencial para vivir, por diversas razones, le resulta difícil vivir con paz, con alegría y con esperanza. En otras situaciones es la presencia de enfermedades graves, de contextos familiares violentos, de ciertas adicciones patológicas y de otros malestares los que llevan a alguien a experimentar su propia condición de vida como "indigna frente a la percepción de aquella dignidad ontológica que nunca puede ser oscurecida”.
Tenemos por delante la misión de ayudar a vivir; de poner en valor la vida familiar, el respeto a toda vida, de acompañar a quien sufre, de curar las heridas, de mancharnos las manos acariciando, limpiando. De transformar las situaciones difíciles que se presentan en un apasionante juego, como hace Guido con su hijo en la película: se trata de ganar puntos para conseguir un tanque auténtico. También le dice que, si llora, pide comida o quiere ver a su madre, perderá puntos, mientras que si se esconde de los guardias del campo ganará puntos extra.
Acaba el film con la voz en off del principio: "Esta es mi historia. Ese es el sacrificio que hizo mi padre. Aquel fue el regalo que tenía para mí".
También te puede interesar
El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
La ciudad y los días
Carlos Colón
¿Guerra en Europa?
¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La semana ‘horribilis’ de Sánchez
Quizás
Mikel Lejarza
Hormigas revueltas
Lo último