La esquina
José Aguilar
¿Tiene pruebas Aldama?
La tribuna
NI el de Sara carbonero e Iker Casillas, ni el de Harry cuando encontró a Sally, ni el de Jack a Jessica, cuando el cartero golpeó la puerta por segunda vez, como bien indica mi amigo Ángel, a Klimt le ha salido una dura competencia, con el beso David y Gregor. Se los presento, son la pareja que decidió besarse frente a la manifestación de neofascistas -o cómo se definan esas bestias- que recorrió las calles de Madrid la pasada semana. Un inciso, detesto esa definición que define a estos grupos de vándalos como neofascistas o neonazis. Nada de neos, son nazis o fascistas, tal cual, no suponen nada nuevo, son lo mismo de siempre, con el mismo odio a espuertas, con la misma intolerancia, con la misma violencia, los de siempre, sí, y ahí siguen, por desgracia para todos. Retomo. David y Gregor, que son dos hombres, heridos, como lo estaríamos cualquier persona de bien, ante los gritos que proferían estos desalmados, fuera extranjeros, España para los españoles y toda esa retahíla de lemas para ignorantes, respondieron exhibiendo su amor, besándose. Un beso largo y nervioso, apasionado, orgulloso de su exhibición. Un beso entre maricones, sarasas, sidosos, hijosdeputa, nenazas, guarras, asquerosas, putas, que es la jerga que emplea la canalla, tan cortitos de vocabulario, entre otras muchas cosas, cuando tratan de descalificar todo lo que no entienden, que es mucho, claro. Un beso interrumpido por esa oficialidad de otro tiempo, que confunde la naturalidad con la provocación, el amor con la trasgresión y la libertad con la intimidad. Qué ironía, cruel ironía, la calle plagada de energúmenos profiriendo gritos xenófobos, exhibiendo toda clase de símbolos anticonstitucionales, y la policía dirige su atención hacia dos personas que se besan. Nada de lo que extrañarnos, después de que hayamos sabido que la infelizmente célebre Ley Mordaza se le aplica a una chica que portaba un bolso con una siglas de las que desconocía su significado.
Me escuecen demasiado estos sucesos que siguen produciéndose a estas alturas del partido. Y me alarman, me asustan. Es miedo, sí, lo que siento. Sí, me escuece que los tolerantes tengamos que serlo con los intolerantes, para que no se molesten, para que no se sientan agredidos, mientras que ellos no tienen ningún reparo en agredirnos y molestarnos a los demás. Me escuece esa vieja moralidad que siguen tan presente aún en nuestro país, y que nos invita a comulgar con ruedas de molino por preservar la supuesta tradición, lo de toda la vida, vaya a ser que alguien se dé por aludido. Para no herir esas sensibilidades que son tan insensibles. Me escuece esta laicidad a regañadientes, ese mantener la compostura ante la impostura de los demás ya que la compostura propia te la debes guardar para la intimidad. Por eso alabo y me congratulo, admiro, el beso de David y Gregor, que para nada guarda relación con el beso primetime y esnob de Iglesias y Domenech en el Congreso de los Diputados. Un beso que yo, particularmente, y me refiero al de David y Gregor, ya conservo en mi galería de grandes besos, besos símbolo, besos con mensaje, besos valientes, sin importarme que alguien me llame maricón, bujarra o cualquier cosa por el estilo. Muy poco expongo si lo comparo con el arrojo de David y Gregor, amándose frente a las alimañas, frente al insulto, frente a la sinrazón.
El beso de David y Gregor no es un beso cualquiera, no, es un gesto que requiere su consideración. Un beso que me traslada al puño en alto de la activista noruega Tess Asplund frente a varios centenares de nazis -olvidemos ya lo del neo, que son lo mismo de siempre-. Un mujer negra con la cabeza rapada, me temo que en este caso concreto, como el recordar que David y Gregor son dos hombres, es fundamental para entender el valor y dimensión del gesto.
Necesitamos que se sigan repitiendo, que los normalicemos, que los asumamos como se merecen, y que empecemos a condenar, también como se merecen, a los que atacan la normalidad, a los que vulneran las más esenciales pautas de convivencia. Una sociedad es más libre y más sabia cuando asume la diversidad como un elemento de cohesión, que nos enriquece a todos. Y qué mejor forma de expresarlo que mediante un beso.
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