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Puigdemont fue un presidente militante de Convergència que pensaba como alguien de ERC y actuaba como un activista de la CUP. El sucesor, Quim Torra, es el Chaplin de Puigdemont, le falta el flequillito a modo de bigote y que juegue con el globo terráqueo de Cataluña. La crisis económica de 2008 nos ha dejado una sociedad más desigual y un reguero de hiperventilados que o se han hecho con las instituciones o han estado a punto de alcanzarlas. Algunos hasta tuvieron armas. "Aquí se juega", grita el mayor Trapero, tan sorprendido como el poli de Casablanca al entrar en el bar de Rick. Ayer volvió Pablo Iglesias -otro-, se anuncia el cambio de género en la dirección de Podemos, pero no de domicilio. La Secretaría General seguirá residiendo en el chalé de Galapagar. Porque después de Perón, viene Evita. Ortega Smith ficha a antiguos ultraderechistas, negacionistas y viejos espadones que han permanecido cuarenta años en silencio mientras subían por el escalafón de unas fuerzas armadas democráticas. A Vox le faltan unos cuantos curas trentinos para componer el cuadro de la España fernandina a la que aspiran: el militarote, el torero, la sotana y el señorito a caballo con sus pistolas con cachas de nácar. Se busca carlista ultramontano. Qué viejo todo. Ni para populistas europeos sirven estos carcas.
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