
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Respuestas populistas
Notas al margen
Francisco no era amigo de definiciones como “el Papa de los pobres” –y así lo recalca en sus memorias– porque lo consideraba una caricatura fruto de nuestro empeño por encasillar a las personas. Contemplar estos días a tantos dirigentes tratando de arrimar el ascua a su sardina con su figura ha causado cierta vergüenza ajena. Él siempre aspiró a ser el Papa de todos. “Y ante todo –subrayaba– de los pobres pecadores, empezando por mí”. Frente a los que se han pasado la vida tratando de hacer de la casa del Señor un club con control de entrada, Francisco era partidario de contar con todos, aunque con una clara predilección por los que no tienen remedio, por los enfermos antes que por los sanos “que no necesitan al médico”.
Durante el cónclave del que resultó elegido, logró convencer a la mayoría de que la Iglesia no podía seguir encerrada en sí misma por mucho más tiempo. Había llegado la hora de abrir sus puertas de par en par a todos y de salir hacia las periferias: no sólo las geográficas, que también, sino las existenciales, “las del misterio del pecado, las del dolor, las de la ignorancia”... Ese fue el espíritu de su pontificado, consciente de que heredaba una Iglesia enferma, que no lograba evolucionar con los tiempos, a pesar de las señales de alarma que sonaban a su alrededor, empezando por el alejamiento de los cristianos de buena fe y la falta de vocaciones, por no hablar de los casos de corrupción y del papel residual que desempeñaba la mujer de una manera inaceptable. Francisco sólo empleó durante la sede vacante, tras la renuncia de Benedicto XVI, unos pocos minutos ante las congregaciones de los cardenales, que discuten a puerta cerrada las cuestiones cruciales de la Iglesia, para convencerles de que su misión en la vida no podía consistir en darse gloria los unos a los otros. Su discurso caló hondo con los cambios que dibujaba en el ambiente desde su genuina sencillez. A muchos los contagió, aunque él sería el último en enterarse. Y a otros más reaccionarios los tuvo enfrente desde ese día. Lo que no admite mucha discusión es que conectó con los fieles al instante. La mayoría de reformas sólo llegaría a esbozarlas, es cierto, pero reseteó la Iglesia y la refrescó con aire limpio para sacarla de su ensimismamiento.
Antes de su último viaje, imaginamos que Pedro Sánchez tendría cosas mucho más importantes que hacer, pero los mandatarios de casi todo el mundo le rindieron tributo ayer durante su funeral en el Vaticano tras ser despedido por una marea de fieles. Los gobernantes más dispuestos a sacrificarlo todo –incluso miles de vidas humanas– con tal de anexionarse un trozo de tierra y de almacenar materias primas estratégicas, harían bien en dejar de pensar en acumular riqueza por decreto para recordar una de sus frases más célebres: “Nunca vi detrás de un coche fúnebre un camión de mudanzas”. Sin duda, su legado se valorará en el futuro. Descanse en paz.
También te puede interesar
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Respuestas populistas
¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Un Papa en español
Quizás
Mikel Lejarza
Justo lo contrario
Érase una vez
Agustín Martínez
Andalucía no se lo merece
Lo último