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Siempre me he preguntado por qué hay acontecimientos banales en tu vida que persisten en tu memoria y sin embargo olvidas aquellos que fueron presuntamente más importantes. Se me ha borrado por completo de mi memoria casi todos los veranos de mi infancia que pasé en la aldea de Zocueca, muy cerca de muy pueblo, a donde iba a bañarme al río Rumblar. Solo retengo cosas sin importancia como la tarde en que un perro me quitó de la mano un trozo de jamón o cuando me subí a la higuera y me salieron unas ronchas tremendas por todo el cuerpo. Lo demás casi no existe.
No tengo recuerdos de lo que me pasó antes de los 4 años. Sólo sé que esa etapa existe porque hay detalles que me contaron mis padres. Por ejemplo, mi madre me hablaba de vez en cuando de la carrera con el tacataca que me eché con el hijo de mi vecina en el patio de mi casa cuando ambos aun no habíamos aprendido a andar. Por lo visto, el hijo de mi vecina y yo competimos un día por ver quien corría más con el tacataca. Cuando llegábamos al extremo del patio dábamos la vuelta en un macetón en el que mi madre tenía plantadas las aspidistras. Éramos como Ben-Hur y Mesala en la famosa carrera de cuadrigas. Gané yo y mi amiguito, que hacía de Mesala, se volcó en una curva y se hizo un chichón que precisó pañuelo y perra gorda. Me acerqué a él cuando estaba en el suelo y no me acuerdo lo que pensé, pero debió de ser algo así como: “¡te jodes, he ganado!”. La única vez que he ganado una carrera en mi vida.
Pero el primer recuerdo serio, del que tengo más detalles, fue el día en que mi padre me llevó a Jaén a operarme de las anginas. Aquel tipo con aspecto de gigante que me sujetó la cara mientras otro tipo con bata blanca me metía en la boca el aparato para podarme las amígdalas. Y me acuerdo de lo primero que hizo mi padre al salir del hospital: me compró un helado porque así se lo había recomendado el médico. Me supo a gloria aquel helado.
Con respecto a la Navidad, el recuerdo más persistente es aquel en el que veo a las aceituneras pasar por mi puerta cantando villancicos camino del tajo. Contentas y alegres, nos anunciaban a los niños de que había llegado el tiempo de ser feliz. Pue eso, sean felices.
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