La Gloria de San Agustín
Rafalete ·
El frío de fuera
Notas al margen
Los políticos están tan cegados por la rabia y el oportunismo, que no dan la talla ni ante la mayor catástrofe del siglo. Por fortuna, los gobiernos y los regímenes pasan, pero los rasgos más característicos de nuestro país permanecen, como se ha demostrado con la gigantesca ola de solidaridad con los afectados de esta maldita DANA, que lo ha devastado todo a su paso como un tsunami. Las imágenes de ese enorme río de gente a pie por la carretera dispuesta a colaborar en la zona cero de la tragedia, desbordando cualquier previsión y anticipándose nuevamente a nuestros ineficaces dirigentes, se han clavado en el corazón de todos. Nos gustarían decir que por una vez nuestros gobernantes acertaron, pero desde el minuto uno, como aves carroñeras, sólo se han dedicado a tratar de sacar tajada de la desolación culpabilizando al adversario de lo sucedido. Casi al nivel de los miserables que han saqueado a sus vecinos aprovechando la oscuridad. No han estado a la altura ni ante la huella aún latente de la riada y con los cadáveres ocultos por el barro, con miles de familias buscando a sus seres queridos, sin techo, ni agua, ni luz, ni alimentos. Como dijo Alejandro Sanz al coger la bandera de la indignación de todo un país aún en shock, ya podían dedicarse a “su puñetero trabajo”. Les habría bastado con coger una pala y arrimar el hombro. Pero no lo hacen porque son líderes de barro. Aún no se conocía la magnitud de la gota fría y ya echaban balones fuera. La cifra de muertos no paraba de crecer y nadie asumía la mala gestión de la alerta y el desastre posterior. ¿De verdad necesitaban una llamada o un formulario para pasar a la acción? No sabemos si duele más su espectáculo tirándose las competencias a la cabeza a ver quién resulta más incompetente o que ni siquiera nos sorprenda. Su falta de empatía cuando más se les necesita sólo ha sido comparable a su vuelo mezquino alrededor del dolor en busca del rédito político.
La mayoría de los españoles, en nuestra joven democracia, ha votado (o ha estado a punto) lo mismo al PSOE que al PP, a Felipe que Aznar, a Zapatero o a Rajoy, en virtud de su buen hacer o de su fracaso en la gestión. Los dos partidos se han turnado en el poder y nadie se sentía violentado cuando gobernaba la fuerza a priori contraria a su ideología. Ahora, en cambio, el Gobierno de Sánchez se empeña en abonar la división levantando un muro gigantesco de rencor y odio africano al rival. Quiere resucitar las dos Españas artificialmente por su interés, y lo grave es que los populares le siguen el juego al no reconocer su legitimidad. En el fondo, todos se avergüenzan de sí mismos con la imagen que están ofreciendo tras la tragedia más mortal que se recuerda. Pero a la postre se aferran al poder y se dejan arrastrar por su fanatismo porque temen perder su empleo. De ahí que el cinismo se haya extendido entre la triste clase dirigente como una mancha de aceite.
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