Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
Monticello
El pasado 2023 moría John Pocock. Un gigante. De entre las muchas muchas enseñanzas que debemos al historiador británico está la de aprender a leer la Revolución norteamericana al margen del mito liberal. Los Padres Fundadores leyeron a Locke, desde luego, pero también a Gibbon y su historia sobre la decadencia y caída del imperio romano, y a los clásicos griegos y, por supuesto, leyeron los evangelios. Por eso, junto al culto a la libertad, en los orígenes intelectuales de la América Temprana está también la preocupación por la unidad, por la virtud cívica, por que la igualdad no situara a los ciudadanos sin un lazo común que los uniera, y, sobre todo, por que la nueva República no tornase en una casa divida en contra de sí. Como es sabido, esta metáfora aparece, acuñada por Jesús, en los tres evangelios sinópticos. El primero en tomar prestada esta imagen bíblica en la política americana fue un legendario antifederalista, George Clinton, quien luego sería vicepresidente en los mandatos de Jefferson y Madison. A diferencia de estos, Clinton no creía en la federación, es decir, en la Unión, pues para él, la pluralidad de creencias, lenguas y culturas de esa nueva República no permitiría formar una unión perfecta y próspera, sino un hogar roto contra sí mismo. Clinton se equivocó, pero unir el hogar no fue sencillo. Casi sesenta años después, y ya para la posteridad, será Abraham Lincoln quien haga uso de la metáfora evangélica, en su legendario discurso para postularse como candidato al Senado por Illinois. “Una casa dividida contra sí misma no puede sostenerse. Este gobierno no puede perdurar permanentemente, mitad esclavo y mitad libre”. Dicen los biógrafos que este discurso es el que a la postre hizo a Lincoln presidente de los Estados Unidos, pero, unir esa casa, afirmar la Nación, no pudo hacerse sin una devastadora Guerra Civil. En su impagable libro sobre John Ford, el cineasta Paulino Viotta nos muestra cómo el nervio de buena parte de las películas del artista norteamericano más importante del siglo XX, furibundo admirador de Lincoln, fue el intento de forjar una estética nacional magnánima que redimiera a los confederados para que sintieran la Unión también como su propia casa. En 2024 el viejo partido de Lincoln y de Ford, ya destruido, tendrá como candidato a un ex presidente insurrecto que acumula casi cien causas judiciales y promete gobernar como un dictador. Valga este hecho como la confirmación de que llevaban razón los clásicos. Una República sin republicanismo, sin un vínculo que una a los ciudadanos unos con otros, sin una identidad común y una mínima comprensión compartida de la virtud, sin fe en el propio mito democrático, termina siendo una casa divida en contra de sí, bajo la batuta de cualquier rufián.
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