¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
¿Dónde está la ultraderecha?
Su propio afán
No veo los partidos de fútbol o, si acaso, sufro con las derrotas de la selección; pero la del martes frente a Escocia no me escocía. Miraba con el rabillo del ojo a mi hijo viendo el partido con un tremendo dolor unamuniano de España. Era un buen entrenamiento. Lejos de mí la desafección patriótica y el masoquismo paternal. Esta alegría de ver a mi hijo pequeño sufriendo como un hombre se explicaba por una clase de esa mañana.
Llegué al aula y mis alumnos se esperaban una cosa amena, como suele serlo. Lo hubiese sido: tenía que explicarles la jubilación que, a mi edad, empieza a ser un horizonte jubiloso. Sin embargo, un alumno preguntó por los conflictos sociales en Francia.
Me sentí en la obligación profesional de explicarles la estafa piramidal en que ha parado la gestión de los fondos de las pensiones. Lo que un trabajador paga hoy no se guarda para su pensión, sino que se gasta de inmediato en los jubilados actuales, y falta. No les tranquilizó. La conjunción de crisis económicas, hundimiento drástico de la pirámide poblacional, feliz ampliación de la esperanza de vida y dramático descenso de la capacidad productiva nos aboca a un estrepitoso batacazo sistémico. Los más suspicaces piensan que este empeño humanitario de golpe de los políticos por la eutanasia es una manera de poner parches contables, pero yo no me metería en juzgar intenciones. Lo que sí es cierto es que lo de retrasar unos años la edad de jubilación es el intento de Macron de buscar un remedio micro al magno problema.
Mis jóvenes alumnos, siendo de una generación numéricamente disminuida, prácticamente diezmada, tendrán que soportar sobre sus hombros a más pensionistas que ninguna otra anterior, más una colosal deuda pública que la irresponsabilidad política les está amasando a una velocidad de vértigo. Empezarán su partido perdiendo dos a cero.
Tiempos duros necesitarán, concluí, hombres duros (incluyendo naturalmente a las mujeres). Podrán hacerles frente si no cierran los ojos y sí cierran los puños.
Entiendo que a mi hijo de once años todavía no le puedo explicar estas cosas, pero me gustaba verlo endurecerse en la derrota. El deporte es una buena metáfora no sólo cuando ganamos fácilmente. No sé si éstos serán los jóvenes mejor preparados de la historia, pero son los que tienen que prepararse para lo peor. Podrán con ello, si se empeñan. (Y yo espero estar aún en forma para echarles una mano.)
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