Brindis al sol
Alberto González Troyano
La ciudad y su pintor
En un programa radiofónico que suelo escuchar, que no tiene nada que ver con la política, uno de los presentadores daba la entradilla de ese día, madrugada de un martes, señalando que tocaría dar noticias, no de las cosas que ocurren de común y llenan las portadas de los periódicos, sino de las que ocupan el programa, de normal castigadas por más insustanciales, menos trascendentales. El periodista continuó en la línea de defensa de lo que hace y gusta a su audiencia, potencialmente muy friki, pero habitualmente curiosa y algo cultivada, y dijo sin perder la calma algo así como que las noticias del programa no iban a ser la mierda que tenemos en las otras. Y es verdad. Las noticias que trae la política, lo que pasa en el país, lo que no pasa, lo que puede pasar y lo que no pueda pasar son una mierda auténtica.
Tenemos un clima malo, donde parece que revientan las costuras del sistema, cuando en verdad ocurre que quienes lo gestionan actualmente (no hablo solo de los gobiernos, que por supuesto, sino de todos los actores que intervienen, oposiciones incluidas, claro) no dan la talla. Ni siquiera se acercan. Esta es, probablemente, la peor coincidencia de liderazgos e ideólogos que yo recuerde en el país, y fuera la cosa no mejora demasiado –ya ni siquiera parece salvarse Macron de esta espiral inane–. Solo es mi opinión, pero la barrunto extendida cuando escucho, y a veces participo, las conversaciones casuales de calle. Hay una firme barrera mental a lo que la política puede proporcionarnos en materia de soluciones, hay un rechazo increíble a lo que los políticos comunican. Siempre ha habido un runrún instalado en algunas capas que repetía como un mantra “todos son iguales”. El problema serio, el de ahora, es que esa salida, que antes se veía al final como una salida facilona y simplista, ha ganado cuerpo en el imaginario colectivo. Quizás se diga donde siempre y casi por los mismos de siempre, pero hay muchos más ahora que, sin decirlo, lo piensan. No es que no estén involucrados en que esto funcione, es que están desesperanzados.
Aunque parte del remedio pase ineludiblemente por un recambio en las alturas (y en las medianuras y las bajuras, diría yo) y eso implique, cuando toque organizarse y dirigirse, para votar con inteligencia práctica y precisión quirúrgica (primero, las urgencias, y, taponada la sangría, acometer lo importante), es crucial que seamos conscientes quienes no estamos en ninguna de esas responsabilidades (pero mandamos sobre todas) de la importancia que tiene no quebrar el sistema por la incompetencia coyuntural que todos estos tienen (donde dice incompetencia puede sumarse desvergüenza también) ni darles puerta franca por incomparecencia (por muy hartos, con motivo, que estemos). La queja estéril que extiende la mierda sobre todos es el cieno donde construye el poder cutre su permanencia. Cuesta y es frustrante, pero la alternativa es más mierda.
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