El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
La colmena
El fatídico día de la DANA en Valencia, antes de saber que la lluvia torrencial se llevaría por delante cientos de vidas, conducía de regreso a casa de una punta a otra de Andalucía siendo consciente de lo vulnerables que somos. Los camiones despedían piscinas de agua y el asfalto gruyere de nuestras carreteras te ponía a prueba: segundos eternos sin visibilidad.
Basta una imprudencia, propia o de los otros, y basta una mala decisión. Nos creemos protegidos dentro del habitáculo de un coche pero son una trampa mortal. Lo primero que muchas familias hicieron cuando vieron diluviar fue bajar a salvar el coche; allí murieron. Atrapados. Sin escapatoria. Tampoco la tuvieron quieren pensaron que podían huir y fueron arrastrados por las riadas.
Todos sabemos que un coche usado no vale nada, pero nos resuelve la vida. Yo hubiera hecho lo mismo. ¡Quién no va a tener la tentación de ser precavido sin imaginar que es tu casa, y tu vida, lo que realmente estás arriesgando!
Llegamos al debate tarde y mal. Nos sacamos el carné de conducir memorizando datos y casuísticas, aprendiendo las respuestas correctas de los tests, sin saber nada de cómo manejar ese amasijo de hierros en situaciones difíciles. Nos enseñan a circular, no a conducir. En mi vida he cambiado una rueda y, de mecánica, ni me pregunten: llamas al seguro, viene la grúa y listo. Pero ¿qué hacer, qué no hacer, si hay una inundación, si nos enfrentamos a situaciones meteorológicas extremas? Ni idea. Estamos solos, el margen son minutos y no tenemos formación.
En el Consejo de Ministros de este lunes, adelantado precisamente para que el presidente del Gobierno pudiera asistir a la Cumbre del Clima de Bakú, se ha aprobado un real decreto que incluye un plan de enseñanza obligatoria en los colegios de protección y prevención ante catástrofes naturales. También se modificará el programa de las autoescuelas para orientar a los jóvenes ante emergencias. ¡Cuánto hemos tardado! Es urgente y no solo para los jóvenes. Somos todos, como sociedad, los que tenemos que asumir que las tragedias que hace unos años veíamos en latitudes tropicales las tenemos, ya, en nuestros barrios.
Y será un parche, admitámoslo, si no nos alineamos a escala global. Pero la COP29 acaba de empezar en un país productor de petróleo (¿alguien confía en que salga algo efectivo de ahí?) y Donald Trump arrasa en USA con su promesa de acabar (también) con la “estafa verde”...
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