La Gloria de San Agustín
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Cordobeses en la historia
ERA el año de 1960. El Auxilio Social arrojaba un promedio de 30.000 raciones mensuales entre comedores de hermandad, diabéticos, auxilios e instituciones. Pero Córdoba florecía y estrenaba otro Domingo de Ramos. El Ayuntamiento convocaba su V Festival de Patios y un concurso de cuadros flamencos con premios de entre 8.000 y 2.500 pesetas, y el Teatro Duque de Rivas proyectaba La novia de Juan Lucero, con Juanita Reina y Ángel Peralta. Al oriente del Mediterráneo la presa de Asuán crecía imparable y a seis millones de kilómetros de la Tierra, el Pioneer V daba noticias del Universo y sus estrellas. Fue como una premonición que se conjuraran el progreso y los astros, en aquel 10 de abril de 1960, cuando Casiana y Francisco recibían a su primera hija en el hospital de la Cruz Roja.
La niña tomaría el testigo de otros cordobeses dedicados al estudio del cielo como Gonzalo Antonio Serrano, el astrofísico de San Lorenzo, promotor del observatorio astronómico en La Malmuerta y autor entre otras obras del Pronóstico de eclipses y cometas. Recogería asimismo el espíritu viajero y universalista del catalán más cordobés de la historia, Domingo Badía, que 30 años más tarde y en 1795 descubriría los trabajos inéditos de Serrano. Luego, todo fue un silencio de dos siglos.
Una casa de maestros en la Acera del Río, acogió en el Campo de la Verdad a la pareja formada por Francisco Muñoz Moreno, ingeniero técnico de Renfe, y Casiana Tuñón Cruz, docente y directora del Colegio Santa Rosa de Lima, donde estudió Casiana Muñoz-Tuñón hasta los 9 años, en que ingresó en el Instituto Góngora. Un hogar con patio, como una isla en aquel barrio de casas de vecinos y chabolas junto al río, acunó su infancia al lado de Ana María, Francisco Fernando y Adelaida, sus hermanos.
De los juegos en el entorno de Fray Albino pasó a la guitarra en el Conservatorio, al voleibol en el instituto y al campeonato de España femenino con su equipo a los 14 años; luego vendrían fundamentalmente el atletismo, el ciclismo o la escalada, que no abandonará. Todavía estaba sumergida en la dualidad renacentista que respiraba su casa: el amor por los libros y la lectura, la amistad de sus tíos con Juan Bernier, el empeño de los padres por los estudios, la formación literaria y el descubrimiento para la Física del profesor Carlos Pérez de Siles. Él animó a sus padres a encauzarla hacia esa disciplina. Ella se sentía cómoda con todas las asignaturas de su Bachillerato mixto, obteniendo en Ciencias y Letras las mismas calificaciones brillantes.
Pero ya con 17 años había experimentado la escalada en los cerros de Espiel o Zuheros y cuando le propusieron marcharse a la ciudad del Betis, soñó con las sierras de Elvira: "Sevilla estaba al lado y Granada a 4 horas; pero ahí podía escalar", recuerda ahora.
En la Facultad de Ciencias Físicas de Granada no tuvo dificultad en ser una de las dos mujeres que superaron el primer curso de las veinte matriculadas. La primera estancia fue en una residencia de monjas; de forma atípica, como casi todo en Casiana, tenía permiso para pernoctar fuera y escapar a la sierra con los grupos de montaña. Luego vinieron gentes y alojamientos diferentes que no alteraron su ritmo académico. En 1984 se licenció; ese mismo año fue becada por el British Council de Londres. Otro profesor, Eduardo Bataner, se había fijado en ella en la optativa de Astrofísica y la animó a solicitar una beca que la llevó al Instituto de Astrofísica de Canarias. Y en la Universidad de La Laguna se doctoró con un estudio sobre la Morfología y estructura de las galaxias, materia a la que desde entonces dedica su vida y su obra, en la que aúna ya más de 200 publicaciones en revistas científicas internacionales y otras tantas contribuciones en congresos, parte de los cuales ha organizado fuera y dentro de España. Además de formar parte de comités de evaluación de investigaciones diversas relacionadas con su magisterio, desde 1997 lleva dirigidas 6 tesis doctorales, y desde 1996 ha participado en 13 Tribunales de tesis. En 1987 se incorpora como doctora e investigadora al Instituto de Astrofísica de Canarias en Tenerife, un trabajo por el que renunciaría a la docencia en la Universidad. Ya había marcado en su perfil profesional las dos vías en las que bifurca su investigación: la caracterización de la atmósfera para la Astronomía, y la Física de Galaxias, en la que cuenta ya con más de 80 miembros. En otro de sus proyectos, Estallidos, Granada, Madrid y Canarias colaboran con distintos países en el estudio de los brotes violentos de formación de estrellas y su impacto en las galaxias. En su inabordable trayectoria científica, cuenta con el diseño y la patente del DIMM, un instrumento para medir la turbulencia atmosférica que permitirá decidir en qué observatorios han de instalarse futuros telescopios, un trabajo que comparte con el doctor de la Universidad de Niza J. Vernin. Las colaboraciones con doctores, universidades y entidades extranjeras alcanzan, entre otros, los países de Méjico, Brasil, Marruecos, Francia, Alemania y Reino Unido.
A esta Hipatia del siglo XXI aún le queda tiempo para publicar en coautoría con el físico mejicano Guillermo Tenorio Tagle la obra La Luz con el tiempo dentro; también para asesorar a la UNESCO en la reivindicación del Teide como Patrimonio de la Humanidad, o la iniciativa Starlight pro-defensa de los cielos nocturnos limpios. Tal vez porque su mente cósmica sabe de la inmensidad del Universo y la brevedad de sus historias, en Córdoba es una gran desconocida.
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