¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
¿Dónde está la ultraderecha?
La esquina
No ve que los españoles están hasta la coronilla de la bronca?, preguntó retóricamente Pedro Sánchez a Pablo Casado en la sesión parlamentaria del miércoles. ¡Claro que sí! Tan hartos que la bronca de cada miércoles en el Congreso ha dejado de ser noticia, aunque las radios la emitan en directo, y ha dejado de interesar a nadie, como un disco rayado: malsonante, aburrido y molesto.
Casado no pregunta al presidente del Gobierno. Lo descalifica con insultos de brocha gorda y lo deslegitima como si fuera un okupa vendepatrias que llegó a la Moncloa por medio de fraudes y engaños. Del nivel intelectual de su discurso da buena cuenta la "ingeniosa" homonimia que forzó entre la X del grupo terrorista GAL y la X del caso Gali (líder polisario enfermo acogido por España, con represalia de Marruecos), secundada por otra del diputado popular Garcés acusando al Gobierno de preferir a un Aragonès -Pere- desleal que a un aragonés leal como él. Son cosas que obligan a preguntar si hay vida inteligente en Génova, en la sede central del PP, donde también algún genio juntó a Casado con el ex presidente Sarkozy para que el primero pusiera al segundo como ejemplo un día antes de que lo condenaran por corrupción. Por segunda vez y por financiación ilegal de su campaña electoral (la bicha que persigue al Partido Popular).
Las réplicas de Pedro Sánchez a las preguntas de cada miércoles del jefe de la oposición están a su altura. Insultantes, crispadas y faltonas. También deslegitimadoras, porque acusa sistemáticamente a Casado de no arrimar el hombro frente a las crisis que sufre España, de ser antipatriota y vulnerar la Constitución que tanto manosea por su bloqueo a la renovación del Poder Judicial. El día 29 se saltó las reglas del juego parlamentario al formular preguntas-dardos al líder opositor, sin que la presidenta del Congreso, que le debe su cargo, recobrara por un instante su papel institucional para recordar al orador que la sesión era para que la oposición preguntase y el Gobierno contestase, no al revés. Y es la tercera autoridad de España la que actúa así, callando y devaluando al órgano representativo de la soberanía nacional.
Con la gresca permanente y la inversión de papeles en un Congreso que no aprueba leyes porque se gobierna por decreto, la política se empobrece y la democracia se debilita. Sánchez debía haber suscrito el amargo autorreproche de aquel presidente de la I República: "Señores, estoy hasta los cojones de todos nosotros". Y los españoles...
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