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El pasado 29 de noviembre daba por finalizada su actividad docente una profesora de un centro concertado de nuestra ciudad tras casi cuarenta cursos de docencia. Esos años comenzaron aún con una EGB en vigor y hubo de impartir materias tan dispares como matemáticas o música; luego enseñó en años en los que tuvo que aplicar todas las leyes educativas que se han ido sucediendo desde entonces en nuestro país.
Ella ha sido testigo de cómo la enseñanza se ha llenado de burocracia, papeleo, pérdida de respeto a la autoridad del profesorado, egoísmo y vanagloria de padres y madres que no toleran que a sus hijos e hijas se les exija esfuerzo y respeto. ¡Cuántas horas rellenando informes vacuos delante de un ordenador hasta que la madrugada se hacía de día! Ah, pero los profesores tienen muchas vacaciones, dicen. Pasen ustedes 25 horas a la semana con 30 o más adolescentes y luego me cuentan.
También ha podido enseñar a jóvenes que se esforzaban y que han valorado su dedicación y trabajo continuo. Conozco, y he vivido en primera persona, muchos encuentros con sus antiguos alumnos y alumnas que la recordaban con cariño y que le agradecían sus clases de biología que abrieron sus vocaciones para estudios de ciencias. ¡Qué bien me explicaste la célula!, le decían. Ella les enseñó el camino, no me cabe duda, con una entregada y excelente docencia.
Se dice a menudo que la educación no va bien. Yo les diría que no puede ir bien si no se cuida a quien enseña. No se cuida desde la política educativa general, sin dar opción a una formación continua adecuada, salvo por un esfuerzo personal. Si una profesora, tras tantos años de trabajo, se jubila con la sensación de que su trabajo ya no se valora, que solo tiene que rellenar papeles y que no tiene autoridad, entonces ¿de qué calidad educativa hablamos? Y en alguien que ha sido profesora y educadora por vocación, parece quedar solo desanimo e impotencia. También sé de su defensa continua por defender los derechos laborales de sus compañeros, tarea que tantas incomprensiones patronales le ha costado sufrir, en particular en los últimos años.
Empero, lo que siempre quedará en la memoria, como la inmortalidad que Ovidio reclamaba para su poesía, es el cariño y la enseñanza que ha transmitido a cientos y cientos de jóvenes que pasaron por sus aulas y que siempre tendrán en su recuerdo que “la seño Paqui” fue su mejor profesora. Vale.
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