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Este equipo que ha formado Luis de la Fuente debería jugar cada quince días o, quizás, una vez cada semana. La capacidad de entusiasmo que genera en este pobre país aún llamado España es tan beneficiosa que hasta da la impresión de que todos vamos a una, que absolutamente todos remamos en la misma dirección. Y eso es muy de agradecer cuando vemos lo que vemos un día sí y otro también, un año y otro, perpetuamente.
Ha sido un feliz hallazgo el encontrarnos con este elemento vertebrador. Un colmo de felicidad cómo hasta en el parque bilbaíno de Doña Casilda se festejó por todo lo alto el triunfo y eso hay que agradecérselo a cuantos han intervenido en la confección de este grupo tan singular. Con dos franceses en el eje de la defensa y dos hijos de la emigración en los costados, la selección española dio una imagen de unión que para sí la quisiéramos más a menudo, a diario a ser posible.
Es el milagro de un invento único llamado fútbol o, quizás, deberíamos ampliarlo al deporte en general, pues hay que ver el prólogo de la fiesta que se dio en Wimbledon con un torbellino español pasando por encima del mejor tenista de la historia. De qué forma Carlos Alcaraz laminó a Novak Djokovic en Londres fue el anticipo de una fecha para la posteridad, de una fecha que habrá de recordarse así que pasen los años como de lo mejor que le ha ocurrido a este sufrido país.
Catorce de julio apoteósico en el que no faltaron algunas impertinencias lógicas de esta clase política, pero que ya no tienen impacto alguno en la ciudadanía. Daba gloria ver cómo las calles de Madrid se volcaban con este grupo de chavales que tanto han hecho por la cohesión. Ojalá este domingo histórico haga metástasis y si no lo hace que nos quiten lo bailado. Ha sido un milagro, uno de esos que ya sólo se logran mediante el deporte en general y el fútbol en particular.
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