El día de los transistores

La colmena

Alos periodistas nos encantan los cambios inesperados de guion. Como todo lo que no es rutina tiene muchas posibilidades de convertirse en noticia, es en esos momentos especiales de crisis y desafíos informativos cuando nos venimos arriba. Va en el ADN. Aunque sea a un ritmo tan disruptivo, frenético y apocalíptico como el de los últimos días y aunque, por salud (física y mental), haya momentos en que hasta se eche en falta un poco de normalidad. Justo la que todos hemos añadorado este lunes negro con el gran apagón.

Habíamos estrenado el nuevo milenio sintiéndonos globales pero, al final, cada país escribe su propia historia. Y parece que en España nos hemos empeñado en hacerlo con mayúsculas. Cuando aún estábamos digiriendo las lecciones (no aprendidas) del Covid llegó el volcán de la Palma para mostrarnos lo tremendamente vulnerables que somos los humanos de este milenio y, hace justo seis meses, el cambio climático nos volvía a poner a prueba con la dana de Valencia. Ahora nos movemos entre la incredulidad y el desconcierto sin saber aún el porqué del gran apagón que ayer lunes ha sacado a la luz la fragilidad energética de nuestro país pero también de todos nosotros.

Entre el despliegue informativo por la muerte del papa Francisco y la distopía de este Día Cero energético, las redacciones se están quedando exhaustas por las coberturas y programas especiales que se han tenido que improvisar en tiempo récord al dictado de la actualidad. Pero por una buena causa que tiene mucho que ver con el sentido mismo de los medios: el servicio público. Y con una tremenda profesionalidad y rigor. No son palabras vacías cuando pensamos, por ejemplo, en el regreso de los transistores, los de toda la vida, los de pilas, que se han convertido en salvavidas informativos.

No ocurrió ni en pandemia. La radio, uno de los medios que más confianza sigue generando entre la ciudadanía, que más cercanía y credibilidad aporta, nos ha recordado también lo tremendamente dependientes que somos como sociedad y como individuos. Una generación que no es nada si no es digital y que, justo por ello, no es nada. De la ensalada y el salpicón a los bocadillos fríos. Ni un café. Sin dinero en efectivo para pagar. Sin poder sacar el coche o cerrar la persiana de un negocio. Digitales e hiperconectados, sí, pero inútiles también. En cinco segundos se esfumó la electricidad equivalente a 15 plantas nucleares (las posibles causas sonrojan) y todo un país se puso al revés.

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