Brindis al sol
Alberto González Troyano
Los otros catalanes
Las dos orillas
La Semana Santa ofrece 8 días de oro para el turismo, y no sólo el religioso. En Andalucía se celebra como ya sabemos, pero hay de todo. Miles de personas entran y salen de las ciudades estos días. Oigan, ¿pero el turismo es bueno o malo? Es la principal fuente de riqueza de este país. En cada ciudad, en cada pueblo turístico, surgen voces que lo critican. Olvidamos que Nueva York, Londres, París, Roma, Berlín, Viena y las principales capitales del mundo occidental son ciudades turísticas. Y que en Venecia o en Ibiza la presión del forastero es mayor que en Sevilla o en cualquier lugar de la muy turística comunidad de Andalucía.
El 15 de marzo, dos días antes del Pregón de la Semana Santa, el urbanista británico Greg Clark intervino en el Hay Festival Forum, una cita importante del turismo internacional que se celebró en Sevilla. Ese viernes la gente estaba más pendiente de los via crucis, por lo que pasó bastante desapercibido. Clark es asesor en más de 400 ciudades, es uno de los mayores expertos mundiales sobre la presión turística y la gentrificación. Le preguntaron si era oportuno pagar por visitar la sevillana plaza de España y él respondió que eso es “como poner una tirita” (un parche) al problema, y que le parece más oportuno cobrar una tasa turística a la altura de las necesidades.
Pero, por encima de todo, lo que defiende Clark es que las ciudades deben adaptarse para el turismo que reciben. ¿Cuándo ocurren los problemas? Cuando las ciudades no están adaptadas. Es decir, cuando la presión es grande y la demanda supera la oferta. Un ejemplo: para prohibir que proliferen los pisos turísticos es necesario cubrir la demanda con plazas hoteleras. Cada ciudad necesita una estrategia propia.
Para Sevilla y para Andalucía, las necesidades estratégicas pasarían por una adaptación a las temperaturas (sombreando todo lo posible, por ejemplo), una política coherente en el mercado de viviendas (que permita convivir en la ciudad a los vecinos y los turistas) y una estrategia económica local para la sostenibilidad y el empleo. Es decir, los lamentos no sirven para nada. Los problemas necesitan soluciones.
Viajar antes era un lujo. Ahora se ha socializado y se considera una necesidad. El turismo se ha masificado. Es la segunda afición preferida de los españoles. Y hay que convertir la necesidad en virtud. Porque no encauzar esa necesidad llevará al caos, a quedar desbordados; es la base del conflicto en las ciudades del siglo XXI.
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