Tribuna de opinión
Juan Luis Selma
Todo, por un Niño que nos ha nacido
Veredas livianas
Formaban fila india para ir a visitar el Belén del colegio. Siempre lo ponían en la planta baja y los alumnos tenían la exclusiva de observar las figuras antes de que el populacho lo invadiera con sus colas y sus observaciones foráneas. Ocupaba prácticamente un aula entera de Preescolar, no sé qué hacían con los niños que utilizaban punzón y plastilina en aquella clase durante la Navidad, ni idea de dónde los metían. La cosa es que el Belén era altísimo, olía a musgo y a resina, pero era altísimo. Los más chicos tenían que ponerse de puntillas con sus zapatos azul marino ya gastados de los tres primeros meses de clase y seguro que no adivinaban a ver ni una enésima parte de aquel gigantesco Belén que había echado del aula a una clase entera de Preescolar.
Después cada uno para su clase y dios a la de todos porque Dios, en ese colegio, estaba en todas partes. Los días previos a las vacaciones de Navidad eran tremendamente divertidos, nada que ver con los días previos a las vacaciones de Semana Santa. Cada uno con su pandereta, su disfraz de pastor o pastora (no tenía que ver con el género, más bien con lo que hubieran llevado los hermanos mayores unos cuantos años antes), incluso de estrella, la más afortunada que iba de Virgen y al más alto de la clase le colocaban el de San José. Las familias iban a ver a sus hijos hacer nada encima de ese escenario que, o bien era enorme de verdad o quien lo observaba medía menos de lo normal, y aplaudían y los niños allí haciendo literalmente nada un minuto tras otro.
A veces, en esa época, se salía antes de clase y no eran cinco arduas horas las que se tiraban esos escolares cantando villancicos y comiendo bocadillos de paté, a lo mejor eran cuatro y media y llegaban antes a casa y les daba tiempo a ver en la tele los dibujos que, en un día normal, ya estarían dando sus últimos coletazos.
Lo mejor de esos días es que ellos no sabían que iba a ser tan geniales, les pillaba de sopetón el Belén gigante, los villancicos, el disfraz de Baltasar. Y así se disfrutan más las cosas, cuando las intuyes pero no las esperas, cuando aparecen y te sacan la sonrisa rápida y pura que vas a olvidar durante 30 años y que de repente te va a venir a la mente sin tú quererlo. Y luego encima estaba el catálogo de juguetes, como un libro en la mesita de noche para quien tiene insomnio, y los nenes que habían salido antes de clase se dedicaban a cogerse un juguete de cada página y si eras rápido elegías el Robot Emilio y parecía por un segundo que era tuyo aunque supieras que por mucho que lo pusieras en la carta no te lo iban a traer. Y después el segundo trimestre, sin saber que durante unos días habían sido eternos en la cola del Belén.
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