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Tribuna de opinión
Córdoba/“Consolad, consolad a mi pueblo -dice vuestro Dios-“, así habla el profeta Isaías. “Consolad, consolad al Señor”, podemos hacer nosotros. Es un Padre que llora por la pérdida de sus hijos. Dios también llora, tiene corazón y ama a los suyos de un modo entrañable ¡Cuánto será su sufrimiento!
Decía san Josemaría: “Me gusta mucho repetir -porque lo tengo bien experimentado- aquellos versos de escaso arte, pero muy gráficos: mi vida es toda de amor / y, si en amor estoy ducho, / es por fuerza del dolor, / que no hay amante mejor / que aquel que ha sufrido mucho”. Hoy, día de los difuntos, es buen momento para consolar, para acompañar el dolor de la pérdida de los seres queridos, para encomendarlos a la Misericordia divina.
Las víctimas de esta tremenda naturaleza desatada no han perecido solas. Dios y su Madre bendita, la Mare de Déu del Desamparats, los han acompañado con sus lágrimas y su aliento, los han acogido en sus brazos. También nos acompañan ahora. Nos dan gracia y fuerzas para seguir adelante, para sacar lo mejor de nosotros, para que seamos solidarios; para que, en vez de buscar culpables, busquemos soluciones. ¿Yo qué puedo hacer para aliviar tanto dolor?
Cuenta Ermes Ronchi esta parábola: "Aquel día en que nos encontremos con el Señor cara a cara, y espero que sea pronto, aquel día, cuando lo veamos tal como es, todos los padres le preguntaremos por qué: por qué mi hijo, por qué mi pequeña, por qué... Entonces Dios se acercará a cada madre y a cada padre, a cada uno de nosotros y nos pedirá perdón: lo siento, perdóname, no he podido salvar a tu hijo; no he podido, perdóname. Y mirará a cada madre y a cada padre a los ojos, y sus ojos, los ojos de Dios, se llenarán de lágrimas. Entonces le tocará a cada padre y a cada madre, a aquellos que han llorado demasiado, abrazar al Señor; ellos tendrán que enjugar las lágrimas de Dios".
Espero que estas hermosas palabras sirvan de consuelo, nos lleven a mirar hacia delante. En el momento en que tanto hemos perdido, que no perdamos la dignidad; no queramos sacar partido, como algunos carroñeros han hecho. Seamos fuertes y llenos de esperanza, aunque con fe vacilante, sepamos amar.
Miramos a Jesús en Betania: Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, se conmovió en su espíritu, se estremeció y preguntó: "¿Dónde lo habéis enterrado? Le contestaron: Señor, ven a verlo. Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: ¡Cómo lo quería! Pero algunos dijeron: Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que este muriera?".
Quizás nos hagamos la misma pregunta ¿no lo podía haber impedido? Es el misterio del Dios omnipotente, a la vez respetuoso con nuestra libertad y las leyes de la naturaleza. No es manipulador, no saca provecho, no castiga, se sube a la Cruz y da la vida por nosotros. ¡Vaya misterio!
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