Quizás
Mikel Lejarza
¿Pueden pensar la máquinas?
Paisaje urbano
En aquellos años noventa, fui testigo de algunos actos luminosos celebrados en el Real Alcázar, donde bajo la presidencia de la entonces alcaldesa Soledad Becerril, artistas e intelectuales como Isidoro Moreno, Salvador Távora o Carlos Colón, hablo de memoria, glosaban cada uno a su manera la figura de Blas Infante. Hacía ya tiempo que aquella derecha de Javier Arenas había metido, con calzador, el andalucismo en su hoja de ruta, y el ambiente político y social de la época era bastante más saludable, al menos en lo que al respeto y la educación respecta.
Leo y veo que los comunistas de Teresa Rodríguez, autoproclamados herederos de los ideales del notario de Coria, han diseñado y distribuido un cartel donde aparece el bueno de Don Blas con gorrito navideño enmarcado en la leyenda "felices fiestas, soberanía" en lo que constituye, aparte de una apropiación sectaria de la figura, una falta de respecto carente además de gracia, como se ha apresurado a denunciar la fundación que preside su hija María de los Ángeles, la misma que tanto ha peleado en defender no ya la memoria del padre, sino los valores que configuran la realidad de Andalucía como comunidad.
Hasta ahora, los ataques a la figura de Infante siempre han venido del mismo lado, pero la brocha gorda de sus trazados, la carencia de un mínimo rigor histórico y el propio escenario embarrado del debate entre buenos y malos al que estamos tan acostumbrados le quitan peso y legitimidad. A estas alturas, que un Santiago Abascal de turno venga a insultar la memoria de Infante con su presunto islamismo y otros simplismos no puede sorprender a casi nadie, pero casi peor es que los de la trinchera contraria utilicen su figura y, aunque en su infantil pensamiento no puedan, hasta sin querer lo ridiculicen.
Blas Infante, como tantos de su generación, de distintos credos, fue ante todo un hombre de su tiempo que, afortunadamente y aunque algunos no parecen enterarse, no es el nuestro. Y como ciudadano sensible a los enormes problemas de aquella sociedad, tomó partido de la forma que creyó más leal a sus convicciones, ni más ni menos. ¿Sobrevalorado hasta el punto de ser proclamado oficialmente como referente? Quizá. Pero eso no puede convertirlo sin más en monigote de feria para ensayo de unos y de otros. Sobre todo porque un hombre que muere en una tapia fusilado por sus ideas merece, cuanto menos, un poco de respeto.
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