Más duro

13 de enero 2025 - 03:07

Que el presidente investido en Venezuela es ilegítimo lo saben allí, en los países que mandaron representación a la farsa de su toma de posesión, en los que no mandaron, en el Centro Carter (parece irónico que se unan en el tiempo la muerte de un presidente digno, con un legado posterior a su presidencia extraordinario para la democracia y los derechos humanos en el mundo, y la astracanada cutre de este tirano), en la OEA, también en la timorata Unión Europea, en la (casi) silente Moncloa, en la oficina donde sea que trabaje Zapatero y en la jaula de los monos mengues.

Sin entrar en mucho detalle, aunque la exploración seria de los datos daría para un artículo mucho más largo, la audaz maniobra de la entonces oposición democrática al régimen de Maduro (hoy, gobierno electo usurpado) consiguió reunir, en números redondos, el 85% de las actas escrutadas durante las elecciones. El 15% restante (aun en el improbable supuesto de que la diferencia obtenida por Edmundo en las otras mesas se disipara, todo el censo de esos distritos hubiese votado y lo hubiese hecho al 100% por Maduro) sería insuficiente para superar la enorme brecha en favor de Edmundo en las que se conocen (proporción de 70/30, aproximadamente). Los datos han sido validados por el Centro Carter y entregados como evidencia ante la Organización de Estados Americanos.

Maduro ya era un dictador. Era también uno de los que, además, empobrecen a su pueblo. Era una esperpéntica y mala copia de Hugo Chávez, quien –al menos– tenía discurso, empuje y carisma. Este tipo carece de cualquiera de esas virtudes y ha añadido vicios propios al régimen bolivariano –sí, díganlo bajito, porque Simón Bolívar se retuerce en su tumba cada vez que se ensucia su memoria al relacionarlo con estos sátrapas–. Maduro es ahora un dictador acorralado. Lo sabe.

A pesar de la evidencia de su ilegitimidad, impericia, ineptitud y corrupción, sigue mandando. Es frustrante para la mayoría del pueblo venezolano comprobar que sigue al frente, con el ejército cobarde y sumisamente detrás, comprados o vendidos, tanto da, como el resto de los poderes del Estado. Es frustrante para a la valiente María Corina Machado, en el territorio y con la gente, peleando y manteniendo la llama viva. Comprendo que se piense que, sin una intervención militar internacional (prescindiré de eufemismos), no se le podrá desalojar de la usurpación, como ha pedido el presidente Uribe, con mejores palabras.

No obstante la frustración que comparto como demócrata, afloran algunas obviedades: 1) no habrá ninguna figura ni institución política, dentro o fuera de Venezuela, que merezca marchamo demócrata, si no condena, sin ambages, la dictadura de Maduro; 2) urge una respuesta coordinada que lo aísle y derrote. Un colofón: contra los dictadores vivos hay que actuar más duro; si no, se mueren en la cama y 50 años después nos llamamos valientes.

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