
Monticello
Víctor J. Vázquez
Trump pontificio
Alto y claro
Estados Unidos parece haber emprendido una alocada carrera para dejar de ser la democracia que todo el mundo admiraba y convertirse en un país en el que derechos elementales dejan de estar garantizados y hay un choque de legitimidades entre los diferentes poderes del Estado. Si esto se escribiera de algún país de Europa del este impregnado todavía de tics soviéticos o incluso de alguna república de América Latina nostálgica de los cuartelazos no sorprendería demasiado y, de hecho, tenemos ejemplos delante de nuestros ojos. Que esté pasando en la nación que exportó al mundo hace dos siglos y medio el ideario de la libertad política demuestra que estamos ante un vuelco de valores que abre muchas incógnitas sobre lo que el futuro más inmediato puede traer.
Lo más inquietante de lo que pasa en Estados Unidos es que su deriva antidemocrática ha sido abrazada con entusiasmo por un número muy elevado de sus ciudadanos. Si algo se puede decir de Donald Trump y la oligarquía tecnocrática que lo acompaña es que están haciendo justo lo que dijeron que iban a hacer. Aranceles desorbitados, pogromos contra la inmigración, reforzamiento hasta forzar los límites del sistema del poder ejecutivo o combate contra los jueces que no se plegaran eran cuestiones que estaban anunciadas y que, por lo que parece, encajaban perfectamente en las aspiraciones se una masa enorme de descontentos. En ese sentido, Trump sería el resultado de una aspiración social muy introducida en sector importante de la población más que un gobernante alocado que el propio sistema depurará.
Como se está demostrando ya en estos primeros meses de Administración Trump, las consecuencias de este giro son enormes. En su propio país, por supuesto, Pero, por la parte que nos toca, debería preocuparnos más las que puede tener en la enorme zona de influencia que mantiene Estados Unidos y de la que nosotros formamos parte. Quizás lo de menos sea el sentimiento de orfandad que sentimos de pronto. El gigante de Washington ya no está ahí para defendernos en un mundo cada día más agitado y además nos considera un rival económico y estratégico. Lo de más será la repercusión que todo ello tenga en nuestro modelo de vida y en la calidad de nuestro sistema político y social. El edifico en el que nos sentíamos cómodos y abrigados empieza a tambalearse. Veremos cuán sólidos eran sus cimientos.
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