La Gloria de San Agustín
Rafalete ·
El frío de fuera
reloj de sol
Ahora sólo es posible estar con los maestros. No hay otra manera ni otra dirección. En la calle o en casa, en el grito o la voz. No hay otra distancia, no hay más límite, ni una dimensión más fronteriza con la devastación que el mantenimiento de la educación pública. Si tiene que salvarse algo de este desastre, de toda esta caída hacia la disolución de nuestro sistema de garantías y de servicios públicos, es la educación: porque sólo la formación de una ciudadanía instruida y resuelta, cultivada y amable para una convivencia, podrá reivindicar, más adelante, esas mismas garantías, esos mismos servicios. Una sociedad sin una educación, que sea jaleada a salir a la calle el día del triunfo del equipo de fútbol para enajenarse hasta morir, pero que apenas sea capaz de situar en el mapa de Madrid la Residencia de Estudiantes, por poner un ejemplo, es el mayor ingreso a los mercados, las agencias de riesgo y calificación, porque sin una educación, sin un criterio, el hombre se convierte en una masa maleable.
A pesar de las apariencias, no somos todavía masa maleable. Todavía nos quedan individuos: al menos, unos cuantos. Por poner otro ejemplo: la educación, convertida en individualidad, en un sentido crítico más propio, es lo que nos permite analizar la última afirmación de Esperanza Aguirre desde la objetividad semántica.
Frente a la posibilidad de que en la final de la Copa del Rey entre el Barcelona y el Athletic de Bilbao, en el Vicente Calderón, el Rey Juan Carlos pueda ser abucheado, ha manifestado que "Los ultrajes a la bandera o al himno son delito en el Código Penal. No se deben consentir y, por lo tanto, mi opinión es que el partido se debe suspender".
Dejando a un lado la tipología penal -que, como todas, es susceptible de ser revisada en virtud de una evolución histórica-, está el derecho al pataleo de cualquier ciudadano. ¿Qué es eso de que al Rey no se le puede silbar? O sea, que se puede silbar a Zapatero y a Rajoy, que a fin de cuentas han sido votados democráticamente, y al Rey no. Silbar al Rey no es ultrajarle. Es protestar de forma libre porque los safaris de caza de elefantes, hoy por hoy, no despiertan muchas simpatías. Cerrar ¡un estadio! para evitar la protesta, es una medida con amplios precedentes en los regímenes totalitarios.
Pero la verdad es que Esperanza Aguirre, además, lo que no quiere es que se analice su particular cruzada contra la enseñanza pública en Madrid. O el déficit de su comunidad, de los más altos de España. Como ella sabe bien, si lo que se prefiere es una población adocenada, torpe, inculta, fácil de manipular, entonces el sistema más veloz, y también más efectivo, es desmantelar la educación. En eso anda.
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