Emergencia habitacional

En tránsito

Pocas semanas antes de morir a causa del Covid, Francisco Hernando –el Pocero– se bajó a 14 metros de profundidad a inspeccionar el colector de saneamiento de uno de los edificios que había construido en Seseña (Toledo). Hernando tenía 74 años y había ganado el suficiente dinero para mandar a un operario a hacer el trabajo sucio –y nunca mejor dicho–, pero él mismo quiso inspeccionar el colector. Por algo había empezado trabajando de pocero y por algo había llegado a ser uno de los grandes constructores de nuestro país. En Seseña, Hernando había construido una urbanización de 5.000 viviendas. Si alguien se da una vuelta por Street View, podrá comprobar que esa urbanización podría ser un conjunto de viviendas de lujo en cualquier ciudad importante. Los pisos son amplios y cuentan con zonas verdes. Es cierto que la urbanización se levanta en medio de un secarral y que no tiene prácticamente infraestructuras. Pero lo importante es que Hernando se había propuesto construir viviendas de calidad para gente trabajadora. Justamente lo que no había hecho el Estado ni las comunidades autónomas. En Seseña, la cosa salió mal. Llegó la crisis económica de 2008 y los bancos se quedaron con una gran parte de los pisos. Pero la urbanización sigue en su sitio. Me pregunto qué comunidad autónoma llegó a construir 5.000 viviendas en aquellos años.

En Andalucía –según me sopla el solícito señor Google– sólo se han construido 1.200 viviendas sociales al año en la última década. Es decir, que el Pocero hizo por sí solo lo que una comunidad autónoma de 9 millones de habitantes tarda cinco años en hacer.

Yo no sé si la gente recuerda los insultos que hace veinte años recibió Francisco Hernando (Izquierda Unida incluso organizó una marcha contra él). Hubo burlas, acusaciones de corrupción y críticas despiadadas por su incultura (cosa que no tenía nada de particular porque el Pocero apenas había ido a la escuela; la incultura sangrante es la de las ministras y ministros). Pero las cosas son así en ese extraño país que llamamos España, donde todos nos sentimos hidalgos y despreciamos a los que trabajan con sus manos y se bajan a catorce metros de profundidad a inspeccionar un colector. Y luego nos quejamos, con gélido vocabulario de chatbox ideológico, de la emergencia habitacional. ¡Ay, los hidalgos del siglo XXI!

También te puede interesar

stats