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Hace 59 años se estrenó 36 horas, recordable sobre todo por la banda sonora de Dimitri Tiomkin y el ingenioso guión en el que intervino Roald Dahl. En la línea de la serie Misión: imposible, que casualmente o no empezó a emitirse un año después, trataba de un plan basado en un colosal engaño: en vísperas del desembarco en Normandía los alemanes capturan a un oficial de inteligencia americano, le hacen un lavado de cerebro y, disfrazados de estadounidenses, lo internan en un falso centro militar aliado perfectamente reconstruido para hacerle creer que la guerra ha terminado y así obtener toda la información sobre el lugar de desembarco.
La recordé al oír ayer en los informativos que el Gobierno tenía 72 horas –hoy 48– para cerrar el acuerdo sobre la amnistía (los medios progubernamentales prefieren llamarla “medida de gracia”) y salvar la legislatura. La recordé por la agónica cuenta atrás que marca un límite preciso antes de cuyo final debe alcanzarse la confesión (en la película) o el acuerdo (en la amnistía); porque, estirando la Constitución hasta casi alcanzar el límite de romperla (y cuidado con esto: cuando se estira una gomilla hasta que se rompe daña la mano que la fuerza), algo de lavado de cerebro colectivo hay en lo de vender la amnistía, no como algo necesario para garantizar los siete votos de Junts de los que depende la estabilidad de la legislatura, sino –cito literalmente– para “garantizar la concordia y la convivencia entre Cataluña y España”; porque se ha creado un decorado político y se han utilizado unos disfraces verbales que pretenden hacer creer, como en la película se hacía creer que la guerra había terminado, que el conflicto con el independentismo radical es cosa del pasado (pese a que Aragonés deje claro lo contrario: “Aquello que decían que era imposible ayer, como la amnistía, ahora es el referéndum. Hemos conseguido muchas cosas que antes decían imposibles, y lo haremos también con un referéndum para la independencia de Cataluña”); y porque, más allá de que se califique como terrorismo o no, nos quieren hacer creer que los sucesos no fueron tan violentos como las imágenes muestran y que no hubo intención de desestabilizar al Estado y violentar la Constitución, saltándose a piola lo acordado por unanimidad por la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo.
Todo apunta, 48 horas antes, a que la “misión imposible” se hará posible.
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