La Gloria de San Agustín
Rafalete ·
El frío de fuera
JOSÉ Marzal fue un pintoresco ganadero. Sordo como una tapia y escrupuloso en su tarea de criador de reses de lidia. Tanto es así que afirmaba que no le gustaba que lo calificasen como ganadero de reses bravas, pues argumentaba que también le salían mansas en contra de sus deseos. Muchos cuentan, y no acaban, de la personalidad de Marzal. En cierta ocasión afirmó sobre el toreo, y cito textualmente, lo siguiente: "Es un mundo con mucha grandeza, pero también con cloacas, procura siempre atravesar éstas sin que se te pegue ni una pizca de su mal olor".
Han pasado muchos años desde que Marzal pronunciase tal sentencia. Si en su época el ganadero extremeño ya se quejaba de los entre bastidores del toreo, muchas de las cosas que están sucediendo hoy, más de cincuenta años después, nos hace comprobar que poco ha cambiado con los tiempos. El toreo, esa liturgia tan nuestra, mantiene valores y misterios que la hacen algo grande, única en una sociedad que no sabe reconocer el legado de sus ancestros y que forma parte de la cultura de nuestro pueblo. Como dijera José Marzal el toreo tiene mucha grandeza, pero también muchas corruptelas que lo dañan desde lo más profundo del mismo.
El sistema que maneja hoy la tauromaquia campa a sus anchas. Hace y deshace a su antojo. No mira nada más que por sus intereses. No vela por nada más. Ni por el pilar fundamental de la fiesta, el toro. Tampoco por el público, sea o no sea aficionado, que es a la postre quien mantiene, comprando su localidad, un espectáculo cada vez más monótono y previsible. El sistema va en contra de todo aquel que pretenda rebatir o cuestionar sus disposiciones e intereses. No se premia a quien lo gana en la arena, por contra se cuida a quienes se pliegan a los intereses de los poderosos.
Siempre se dijo de la plaza de Madrid, que tiene la potestad de dar o quitar valores a un torero en su carrera. Los triunfos en la capital suponían el aval necesario para torear en toda España y figurar en los carteles de las ferias. Por contra un fracaso, o un petardo, dañaba la imagen del espada, haciéndole perder crédito en todo el panorama taurino. Así fue durante mucho tiempo. ¿A cuántos toreros puso la llamada primera plaza del mundo en figura y en dinero? Antaño a muchos, hoy a quien el sistema que todo lo maneja se lo permite.
Que me digan sino, como toreros que han triunfando con rotundidad en Madrid, les cuesta un mundo entrar en las ferias, si es que entran, o torear con ese halo de figura que antes se ganaba en Las Ventas, festejos por toda la piel de toro de la península. Hoy son muchos los que sufren tal injusticia. Otros, cuyas carreras son dirigidas por el entramado empresarial, con menos méritos lo tienen todo más fácil, ocupando lugares de privilegio en los carteles en demérito de otros que hicieron más méritos que ellos.
Un caso flagrante es el sufrido por el madrileño, afincado en Borox, David Mora. Un torero forjado a sí mismo, como lo han hecho de toda la vida los toreros. Primero siendo yunque, soñando en un futuro ser martillo. A David Mora nadie le regaló nada. Fue su capote, su muleta y su espada quien le fue abriendo puertas hasta llegar a un lugar conquistado con méritos propios. Un torero alejado del sistema empresarial, independiente, cuya carrera era gestionada por otro hombre cabal como es Antonio Tejero, y que comenzó con mucho esfuerzo a ocupar un lugar de privilegio. Una tarde en Madrid sucedió un percance que hizo temer por la vida, después por el hombre y finalmente por el torero. Éste, acostumbrado a la lucha, fue superando escollos y tras un autentico calvario volvió a vestir el chispeante a principio de la campaña en curso. Luego cuajó una de las mejores faenas de San Isidro con un toro bravo y exigente. Mora franqueó la puerta grande vislumbrando la calle de Alcalá y el final de un mal sueño. Todo parecía que volvía a rodar de forma favorable. Sin embargo los méritos logrados en el ruedo de poco le han servido. Mora no está en los grandes carteles, para mayor injusticia ni en los de las plazas que gestiona su co-apoderado, este año Simón Casas, caso de la recién concluida feria de Alicante. A pesar de toda la grandeza de su triunfo en Madrid, Mora se tiene que conformar con las migas que el sistema le deja. Una injusticia que no tiene justificación alguna. Marzal tenía razón hace más de cincuenta años. El toreo es grande, pero en lo más profundo de él, hay nauseabundas cloacas que siguen oliendo cada vez peor, aunque algunos traten que no lo hagan usando caro perfume francés.
También te puede interesar
La Gloria de San Agustín
Rafalete ·
El frío de fuera
Tribuna de opinión
Juan Luis Selma
Necesitamos que Él vuelva a reinar
Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
España, camino de ser un Estado judicial
Gafas de cerca
Tacho Rufino
Un juego de suma fea