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La carta de dimisión de Íñigo Errejón es lo más grande que se ha escrito en la literatura española desde La pasión turca. A estas alturas, ya sabrán que el que fuese uno de los grandes ideólogos de la nueva izquierda nacida tras el 15-M, cofundador de Podemos junto a Pablo Iglesias y actual portavoz de Sumar en el Congreso de los Diputados, ha tenido que dimitir en medio de un clamor de acusaciones por violencia contra las mujeres. Hasta aquí una historia muy conocida: poder, dopaje, soberbia, hipocresía, prepotencia... Deberán de ser los jueces –si es que la cosa llega a los tribunales– los que decidan qué verdad hay detrás de estas denuncias, muchas de ellas anónimas todavía. Pero es evidente que la cosa pinta mal para Errejón, porque, tras leer su carta de dimisión, no hay que ser Sigmund Freud para darse cuenta de que es una autoinculpación, el lamento de un hombre completamente derrotado que se sabe perdido y pide clemencia.
Lo que llama la atención del curioso documento, más allá de su insoportable tufo de autocrítica marxista, es cómo explica su dudoso comportamiento. Según dice, todo se debe al desgaste físico, emocional y psicológico que ha experimentado durante sus años en la primera línea política, todo multiplicado por su condición de hombre víctima del patriarcado y el nefasto modo de vida neoliberal. Hay que ser desahogado. A Errejón y a todos los que le compren el cuento habría que recordarles los cientos de miles de hombres que llevan años trabajando duramente, sometidos a un estrés que a veces los mete en el quirófano y cobrando unos sueldos paupérrimos que apenas les dan para llegar a fin de mes. Y lo hacen, mire usted por dónde, sin ejercer ninguna violencia psíquica o sexual sobre las mujeres o los hombres.
Errejón, como la gran mayoría de los clérigos de la nueva y extrema progresía, son víctimas de su hipocresía. De manual. Llevan años predicando contra los ricos mientras adoptan un estilo de vida claramente elitista (viajes exóticos, apartamentos chics, restoranes con estrella Michelin, modelitos de postín, etcétera); despotrican contra los bulos cuando son los mayores productores de fango informativo; posan de feministas al mismo tiempo que insultan, denigran y atacan a todas las mujeres que no entran dentro del canon de su mujerismo; reclaman “memoria democrática” y blanquean los crímenes de ETA; hablan de violencia sexual y... ya ven. Errejón ha tenido que dimitir.
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