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EL toreo, como cualquier otra actividad que se realice de forma profesional, necesita formación. Un aprendizaje que se lleva a cabo nada más que de una forma: toreando. El torero, aunque nace, precisa de forma fundamental unos conocimientos básicos para llevar a cabo su profesión. Las escuelas taurinas, continuadoras de la que creó el Rey Fernando VII y que dirigió Pedro Romero, cubren una etapa previa en la formación de los nuevos espadas. En ellas se enseña lo fundamental: se muestran los valores básicos de la tauromaquia, se facilitan los primeros contactos con el animal, pero no es suficiente. El torero, una vez que conoce lo más primario de lo que quiere sea su profesión, necesita también un desarrollo, una evolución, una progresión para llegar a donde desea, y que solo conseguirá toreando.
Antaño esta formación se adquiría ingresando como banderillero en la cuadrilla de un matador de toros; la lidia era muy diferente a la actual. El novel tenía contacto frecuente con el toro, aprendía a colocarse en el ruedo, a entrar en quites a su matador, así como a los picadores en el tercio de varas, conocía los secretos del segundo tercio pues banderilleaba los toros de su jefe de filas, y éste si veía posibilidades en su subalterno, le cedía la muerte de algún toro. En ocasiones, llegaba a figurar en los carteles como medio espada y, posteriormente a la alternativa, ingresando así en el escalafón de matadores de toros. Sin embargo, los años hicieron que las formas cambiasen. El torero se iniciaba en cuadrillas infantiles como becerrista para, posteriormente entrar como primer espada en corridas donde se lidiaban utreros, donde iban limando su oficio, hasta llegar a la ansiada alternativa y tomar la borla de doctor en tauromaquia. Las novilladas tuvieron épocas de esplendor y se consolidaron plenamente durante la posguerra, sobre todo con la pareja Aparicio y Litri en la década de los cincuenta del pasado siglo, cuando llegó a celebrarse una ingente cantidad de festejos en ocasiones con mejor entrada de público que muchas corridas de toros. Las ferias de postín las incluían en sus combinaciones y muchas plazas de categoría inferior eran marco frecuente para su celebración. Sólo hay que tirar de hemeroteca y comprobar el predicamento que tuvieron las novilladas en el planeta toro. No hace mucho, no más de treinta años, un novillero podía torear más de un centenar de festejos por temporada, caso del mediático Jesulín de Ubrique, y encima ganar tanto dinero que hoy parecería una autentica utopía. Fueron los ochenta y noventa del siglo XX los últimos años de oro del escalafón novilleril, que hoy atraviesa una crisis que a la larga puede suponer un serio problema a la fiesta.
Hoy el novillero que suma más actuaciones no alcanza la docena. Las novilladas con picadores están desapareciendo de las grandes plazas. Córdoba es ejemplo de ello y en las plazas -llamémoslas menores- se sustituyen por otros espectáculos, incluso con corridas de toros con matadores venidos a menos y que se resisten a abandonar la profesión, porque todo lo que tenían que hacer y decir, hace ya tiempo que lo hicieron o dijeron. El novillero hoy pasa de matar añojos y erales en las escuelas a enfrentarse con el utrero de Madrid, donde acude a jugarse su carrera, y su vida, a un triunfo en la primera plaza del mundo para sumar contratos. Hasta once novilleros han caído heridos este año en Madrid. Once toreros, porque toreros son, que han pagado con su sangre otra injusticia del sistema que maneja los entre bastidores del toreo. Tras la cornada en el tórax a Pablo Belando, muchos han saltado culpando al utrero que sale al ruedo venteño. No reconocen que ese es el novillo que debe de lidiarse en la primera plaza del mundo. Tampoco quieren reconocer que los únicos responsables de esta deriva del escalafón novilleril son ellos y sus miserias. Ellos que amparándose en una supuesta presión fiscal, la misma que tiene un cartel mediocre o bajo de una corrida de toros, están dejando de organizar novilladas con picadores; los mismos que organizan festivales sin incluir novillero alguno. Los mismos que sólo piensan en la rentabilidad de lo que montan para mayor beneficio de sus bolsillos.
El toreo necesita regeneración y, el torero formación. El sistema, corrupto y podrido tiene en la mano la solución, que pasa por sembrar para recoger el fruto mañana. Si no, se habrá acabado con una regeneración lógica y natural. De no ser así, no sería extraño pasar de las escuelas a las cuadrillas de los primeros espadas en una involución antinatural y arcaizante.
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