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Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
¡Oh, Fabio!
Si toda monarquía es, entre otras muchas cosas, una escenografía, podemos decir que la Casa Real ha acertado al elegir el Palacio Real como tablado del discurso de Nochebuena de Felipe VI. Habíamos escuchado por ahí que este año la coreografía de la alocución iba a ser “moderna y rompedora”... Nos pusimos a temblar. Cada vez que escuchamos esas palabras echamos mano a la espada. Nos temíamos una estética middle class, de chalet familiar a las afueras de Madrid, con las fotos de los niños (o los gatos, que es lo que se lleva) y el árbol perfecto. Sin embargo, apareció ante nuestros ojos, en la gran televisión de plasma del cuñado, toda la exuberancia barroca del Palacio Real. Nuestra alma se infló de orgullo y alzó a volar: he aquí el Reino de España, pensamos. Cierto, conquistamos México y no siempre fuimos héroes y santos, pero invertimos bien el dinero. Estas altas columnas de la fachada, estas escaleras para gigantes, estos tapices, estos techos pintados, estos bronces son nuestras razones. Puede que a algunos tarugos todo esto le parezca “caspa” –como suelen decir sin respeto alguno a los que sufren esta afección dermatológica–, pero tenemos claro que, en todo caso, es caspa de oro y brillantes.
Uno de los grandes logros de Felipe VI está siendo la recuperación del Palacio Real como espacio fundamental de la monarquía, acción paralela a la muestra del riquísimo patrimonio nacional que debemos al mecenazgo de las dos dinastías: los Habsburgos y los Borbones. Es lo que se ha pretendido en las recientemente inauguradas Galerías Reales. Digamos que son un túnel de lavado de republicanismo. Porque si el republicanismo (tendencia política igual de española y respetable que el monarquismo) gana las mentes y voluntades por medio de la palabra y la razón, la monarquía lo hace a través del arte y la emoción. De ahí que lo más importante del discurso de Felipe VI de Nochebuena no fuesen sus más que aplaudibles palabras, sino una escenografía que nos devuelve la conciencia de lo que somos frente a los que quieren descuartizar el solar y las libertades que heredamos de la generación anterior.
Como los columnistas venidos a más, nos atrevemos a sugerir al monarca que vuelva a residir en el Palacio Real. Sabemos que en la familia aún resuenan las quejas de Alfonso XIII por el frío que hacía en sus enormes pasillos, que en su día se quiso desvincular la residencia real del lugar donde Franco recibía sus homenajes (Palacio de Oriente, le llamaban entonces), que Juan Carlos I buscó en La Zarzuela un hogar más cálido y moderno para sus hijos... Pero los tiempos han cambiado. Y España necesita de su mejor esplendor.
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