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La polémica se ha contado muchas veces y no hace falta referirla por extenso, pero encontramos algún detalle de interés en el exhaustivo recuento biográfico que J. Benito Fernández –El plural es una lata (Renacimiento)– ha dedicado a rastrear la vida de Juan Benet, fruto de un esfuerzo documental que llega a ser disuasorio, aunque contenga entre las minucias información valiosa. Hablamos de la célebre visita de Aleksandr Solzhenitsyn a la España del inmediato posfranquismo. La noche del 20 de marzo de 1976, cuatro meses después de la muerte del general, el expatriado ruso fue entrevistado en televisión por el popular José María Íñigo, en momentos cruciales para un Gobierno –el país, aunque por poco tiempo, seguía siendo una dictadura– que temía perder el control o ignoraba aún que lo había perdido. La programación de la entrevista, desde luego, no era inocente, pues el superviviente de los campos, que había revelado al mundo, en su demoledor e impresionante Archipiélago Gulag, la magnitud del sistema concentracionario de la URSS, era no sin razones un furibundo anticomunista, y en sus intervenciones describió claramente el infierno del que provenía. Lo que despertó la airada reacción de Benet, sin embargo, y la incomprensión de la oposición antifranquista, fue su complacencia con el régimen que imperaba en España. Por lo que había podido ver, dijo Solzhenitsyn, los españoles no padecían los males que él había conocido. En su lamentable respuesta, publicada por Cuadernos para el Diálogo, Benet ironizó sobre el valor de los “escritores rusos subversivos” y se permitió recomendar a los carceleros, con dudoso ingenio, que custodiaran mejor a sus presos. El autor de Volverás a Región no era ningún estalinista, pero encarnaba a la perfección ese gauchisme exquisito de los patricios encantados de serlo. Incapaz de apreciar la grandeza de aquel hombre con aspecto de santón y maneras de iluminado, cuyo anacrónico discurso, aferrado a la religión, no podía ser más inoportuno, tampoco supo reconocer el monumento que había levantado con su sobria literatura. Poco después de la polémica, cuenta el biógrafo, Benet hizo un largo viaje a China, en las postrimerías de la Revolución Cultural, acompañado de otros prestigiosos ingenieros que fueron convenientemente agasajados por las autoridades de la República Popular. Recorrieron la Gran Muralla y las tumbas de la dinastía Ming y asistieron a la proyección de Brillante estrella roja, película propagandística que no alcanzaron a ver los millones de asesinados por los jóvenes guardias. El secreto para evitar las fugas de los condenados estaba en ejecutarlos directamente.
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