Tribuna de opinión
Juan Luis Selma
Todo, por un Niño que nos ha nacido
Vengo confundido. He andado atropellándome con un rosario de reuniones, gestiones, ratos furtivos de estudio (teniendo que acompasarlos a un ritmo más rápido, estirando los sesenta segundos de cada minuto encontrado para que rindieran algunos más, por si no había hueco después), mil y un momentos de escucha a todos los niveles (para lo bueno, para lo malo, para lo que es habitual, es decir, para lo ni tanto ni tan calvo), enseñándome a extraer siempre de cualquier contexto otra oportunidad para aprender y, para qué negarlo, durmiendo poco, ya sea porque los cuerpos tienen que acostumbrarse a las horas distintas, ya sea porque, para que todo quepa, hay veces que alargar el día despierto es la única manera.
Más allá de todo el bagaje de conclusiones, que he ido guardando en notas fugaces y ahora tendré que ordenar y priorizar, tengo un runrún constante que no he definido todavía, pero que sé que está ahí y es donde radica y nace la confusión que he declarado al principio. Sospecho a la hora de estas letras que la confusión nace de la sorpresa que provoca haber vivido en primera persona un ejercicio que ha combinado razonablemente bien el juicio sobre lo que es bueno y, por tanto, debe hacerse, por ser muy sucinto, y en la misma medida, que sea lo que sea lo que está bien, superado ese juicio primero, salga además bonito. No me refiero necesariamente a lo que yo he hecho, tampoco a lo que han hecho, en la misma medida, mis compañeros de periplo, que también están en el foco de mis notas primeras a consultar después. Vengo confundido porque he estado en un entorno extremadamente competitivo que resulta fuertemente competente, al combinar (natural y fácilmente) lo bueno y lo bonito, lo ético y lo estético. La combinación exitosa proporciona, y es muy sólida y agradable, la percepción de que las cosas funcionan. Y me digo que, si tal cosa es posible, y conveniente, por qué endiablada razón nos hemos convencido, y acostumbrado, a admitir menos o a darlo menos; por qué motivo aceptamos que lo que nos dan no sea bueno y bonito y por cuál asumimos, y defendemos, que lo que damos, cuando nos toca, valga a su finalidad sin serlo.
Nuestros mundos persiguen hoy la competitividad, es decir, tener ventajas comparativas en cualquier aspecto con respecto a tus iguales o similares, unida siempre a ser competente, fabricar un poso sólido que nutra las propuestas en cualquier ámbito con notas de originalidad, consistencia e interés. No siempre está presidida la búsqueda por cuidar que ética y estética caminen a la par. Por eso nos frustra, porque no conviven, porque nos falta algo. Pero al saberlo, también podemos vencer, si lo ponemos en el rumbo, porque convivan, porque se pueda disfrutar todo.
Bueno y bonito, entonces: así, pasear tranquilo por el bulevar de un jeque o perderse por una avenida ingrata del desierto tiene el mismo premio. Barato no sale, porque cuesta, pero es una elección de valor.
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