El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
Tribuna de opinión
Estoy convencido de la gran importancia que tienen las familias en el buen desarrollo de la sociedad. No son el estado, las instituciones educativas, los medios de comunicación, ni los grandes influencers quienes configuran el mundo. Quien conforma la sociedad es la familia. Siempre se ha dicho que es la célula primaria del entramado social.
Actualmente, con la gran proyección invasiva de los medios, con la intromisión de la política en el interior del hogar, hasta en la cama; con la devaluación de los valores éticos, con la cultura permisiva y relativista… es muy difícil que surjan líderes bien formados, sacrificados, con ganas de servir al bien común y de configurar un mundo mejor, más humano. Hay que volver a la familia, hay que invertir en ella. Lo que no se haga en casa, en el seno familiar bien constituido, ordenado, sacrificado y generoso, no lo hará nadie.
No lo tenemos fácil. Toda una cultura no solo se tambalea, sino que ha sido aniquilada, arrasada. Deconstruida: se ha hecho una damnatio memoriae con todo lo que nuestros ancestros nos han legado. Lo triste es que, tras la siembra de sal y el arrase de los grandes edificios y monumentos, no queda nada. Pero no está todo perdido. La familia que lo es, es fuerte, es fuente de vida, semilla de familias.
Hoy 21 de abril, Domingo del Buen Pastor, la Iglesia Católica celebra la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones 2024, día en que los fieles son llamados a rezar para que más personas, especialmente jóvenes, digan sí a la llamada de Dios. Hacen falta muchos jóvenes, muchachas y muchachos bien formados, alegres y generosos que, desde su pequeñez, acompañados de sus límites, miserias y pecados, como los tuvieron los primeros discípulos del Señor, se dejen transformar por Él. Vivan una vida nueva con Él, sueñen con Él. Se lancen -mar adentro-, sin temor a las olas y profundidades, a pescar con El Pescador divino. Que traigan a la barca de Cristo esos peces contaminados por el chapapote mundano, que apenas pueden boquear. En Ella podrán limpiarse, curarse, respirar.
Leemos en el Evangelio: “Yo soy el Buen Pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas… Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre”.
El mensaje del Papa para esta jornada nos invita a considerar que “la llamada divina, lejos de ser un deber impuesto desde afuera, incluso en nombre de un ideal religioso, es, en cambio, el modo más seguro que tenemos para alimentar el deseo de felicidad que llevamos dentro”. Sentir la llamada de Dios para ponernos en servicio de los demás, descubrir cuál es el sentido de nuestra vida, poner nuestros talentos al servicio de la misión, no es renuncia, pérdida, sino ganancia. Garantía de felicidad, de eficacia, de Cielo.
Parte de las palabras del Papa van dirigidas a los padres: “Pienso en las madres y en los padres que no anteponen sus propios intereses y no se dejan llevar por la corriente de un estilo superficial, sino que orientan su existencia, con amor y gratuidad, hacia el cuidado de las relaciones, abriéndose al don de la vida y poniéndose al servicio de los hijos y de su crecimiento”. Para unos padres creyentes, si ciertamente lo son, pensar que Dios se fija en la pequeñez de su hogar y llama a uno de los suyos, de su misma carne y sangre, a su servicio, que los elige, debería ser todo un honor.
He escuchado a muchas personas de Iglesia, como a nuestro obispo don Demetrio, comentar que, en no pocas ocasiones, son los padres cristianos quienes obstaculizan la llamada de sus hijas e hijos. Ciertamente que, con visión meramente humana, pueda costar desprenderse de un hijo; pensar que no son buenos momentos para las cosas de Dios. Quizás no son conscientes de la grandeza de su vocación matrimonial, de la dignidad y confianza que Dios pone en ellos al traer nuevas vidas al mundo. Que sus hijos no son solo de ellos, sino sobre todo de Dios.
Hace poco pude ver la reacción de varios padres ante la ilusión de sus hijos pequeños de ser sacerdotes. Unos estaban encantados, todo eran parabienes. Otra madre, sonriendo, le decía a su hijo que ya veremos, que la vida es muy larga. No estaba muy convencida, tenía otros planes “mejores” para el niño.
Los padres tienen la responsabilidad de criar a sus hijos en un ambiente de amor, disciplina y enseñanza basada en la fe. Al hacerlo, están dedicando a sus hijos al servicio de Dios y contribuyendo a su crecimiento espiritual, los hacen fuertes, los preparan para la vida, para servir. Luego, en el cielo y también en la tierra, será grande su recompensa. Los que nos hemos entregado debemos gran parte de nuestra vocación a los padres.
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