Fango y cenáculos en Londres

La ciudad y los días

05 de octubre 2024 - 03:07

Pedro Sánchez clings to office at a cost to Spain’s democracy” (“Pedro Sánchez se aferra al cargo a costa de la democracia española”). Si al tan comentado por unos y minimizado por otros titular de The Economist se le añade otra frase del artículo –“el mayor activo de Sánchez es una oposición ineficaz y dividida”– se obtiene con pocas palabras un retrato tan realista como pesimista de la realidad política española. Quedarían enfrentados, siempre según este medio, “un estratega astuto y despiadado” cuyos “bruscos cambios de opinión en materia de Estado con el único fin de permanecer en el cargo han contribuido a afianzar el cinismo público sobre la democracia española” y esa oposición ineficaz, dividida, con el mayor partido, el PP, perjudicado e incluso aislado por su “posible dependencia” de los votos de Vox, razón por la que “otros partidos lo rechazan”.

Mal panorama. Pero cierto. El artículo de The Economist coincidía, dos días después de que la consejera socialista de Justicia y Derechos Humanos del Gobierno vasco autorice el tercer grado para un etarra condenado por tres asesinatos, con el regalo de darle a Bildu todo el protagonismo en el anuncio de la reforma de la Ley de Seguridad Ciudadana pactada con ellos. Una broma macabra en el literal sentido de la palabra. Al igual que lo fue el regalo de la Ley de Memoria Democrática, también pactada con ellos, cuyo límite Bildu logró ampliar en seis años, hasta 1983, incluyendo el primer año de gobierno de Felipe González. Porque de lo que se trataba, según Mertxe Aizpurúa, era de “poner en jaque el relato de una Transición ejemplar”, contradiciendo sobre la marcha a la portavoz del Gobierno que acababa de afirmar que la Ley “reconoce que la Transición fue ejemplar”.

Si se recuerda lo que Sánchez dijo en 2015 con tono indignado –“Con Bildu no vamos a pactar, si quiere se lo digo cinco veces o veinte... En cualquier tipo de combinación en la que esté Bildu, el PSOE no estará”– no parece que The Economist vaya desencaminado al mencionar sus “bruscos cambios de opinión con el único fin de permanecer en el cargo”. Es el reconocimiento por un medio internacional de lo que viene repitiendo la prensa crítica española. Se ve que la máquina del fango tiene poderosos aliados fuera de España y que en Londres también hay cenáculos de señores con puros que conspiran para desacreditarle.

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