La Rayuela
Lola Quero
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Al parecer, por estas fechas algunos festejan cada año el nacimiento de Homero. Es una efeméride muy propia para ser celebrada en departamentos de Historia, Filología y Filosofía, las viejas Facultades de Filosofía y Letras que todavía subsisten con ese bello nombre en no pocas universidades españolas. Me llega un recordatorio homérico desde uno de esos centros vivos del helenismo y, al abrir el enlace, veo una bonita tarjeta en la que, sobre un fondo vagamente griego, destaca en primer término una Inmaculada de Murillo, flanqueada por una gran cruz céltica y el capirote de una cofradía de ruán. Al pie de estos objetos, un totum revolutum en el que distingo una miniatura de un Beato mozárabe, la espada Lobera de san Fernando, la corona imperial de Carlomagno, una pila bautismal barroca y un breviario. ¿Dónde demonios está Homero?
Olviden todo lo anterior como si fuera hoy 28 de diciembre. Convendrán conmigo en que nadie está tan pirado ni puede ser tan fanático cristiano que felicitara con semejante panoplia un supuesto cumpleaños de Homero. Sin embargo, a nadie ha parecido extrañarle que, esta vez sin broma alguna, un departamento universitario haya decidido felicitar a cincuenta o sesenta profesores, con motivo del nacimiento de Cristo, con una tarjeta en la que el lugar de honor lo ocupa el yelmo de un hoplita; en derredor, como en una desquiciada vanitas barroca, se acumulan un gran globo terráqueo, un busto de Atenea, un par de amenazantes puñales, una brújula, una estatuilla de Esculapio, una serie de adminículos inidentificables para este modesto historiador, y un gorro de papá Noel que, en ese contexto, bien pudiera ser un gorro frigio. Al fondo, enmarcado, un mapa de maricastaña sobre el que campea, en rojo y como estampillado, un lacónico e inopinado Feliz Navidad. Tal vez se espere que imprimamos esa imagen del botín de un chamarilero y la pongamos junto al Nacimiento. Sospecho que nadie incurrirá en ello, pero me pregunto cómo se puede pensar que tal cosa es una felicitación navideña aquí o en Creta.
Recibimos cada año por estas fechas bellas felicitaciones que en realidad no quieren ni pueden felicitar nada porque, de entrada, ignoran lo que dicen celebrar. Recibidas un 7 de marzo, por ejemplo, tendrían su gracia. Ahora producen el mismo efecto que los ridículos ropajes del clero revoloteando por Notre Dame: una ligera vergüenza ajena.
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