Fellini, casullas pop y lucecitas

La ciudad y los días

11 de diciembre 2024 - 03:05

No solo yo, por aquello de mi fellinismo que convertí en fellinología (según el gran crítico Tullio Kezich el entorno de Fellini se dividía en fellinistas (admiradores), fellinianos (tipos tan peculiares como los de sus películas) y fellinólogos (estudiosos de su obra). No solo yo, decía, recordé el desfile de moda eclesiástica de Roma al ver las casullas pop y el báculo con lucecitas diseñados por Jean Charles de Castelbajac y Sylvain Dubuisson para la reapertura de Nôtre Dame, también lo ha hecho Raquel Peláez en su artículo Del escandaloso Obispo Pinball de Fellini al clero de Nôtre Dame (El País).

Con Bloc de notas de un director (1969), Los Clowns (1970), Roma (1972), Ensayo de orquesta (1979) y Entrevista (1987), Fellini inventó el falso documental que recrea a su capricho el presente y el pasado añadiendo inventivas fantasías y a él mismo dirigiéndolo todo. Roma fue su canto a la ciudad a la que llegó en 1939, con 19 años. Recreó un atasco en la autopista de circunvalación, la ciudad imaginada en su infancia riminesa, su juventud romana en los años 40 (prostíbulo incluido), el descubrimiento de unos frescos durante las obras del metro, la persecución de Ana Magnani por la noche trasteverina... Y el fabuloso desfile de moda eclesiástica organizado por la anciana princesa Domitila en su vetusto palacio, presidido por un cardenal y con la nobleza negra –que en origen designaba a los nobles que permanecieron fieles a Pío IX tras la unificación de 1870 y posteriormente a los títulos pontificios– como público.

Ante ellos desfilan los más extravagantes y modernos atuendos para sacristanes, curas, monjas y obispos (estos con casullas de neón). Pero la princesa, el cardenal y la nobleza negra (que Pablo VI había abolido dos años antes, en 1970) ansían el retorno de los tiempos preconciliares y todo termina con la aparición de Pío XII hacia el que, entre lágrimas, tienden sus manos temblorosas. Era muy de Fellini apiadarse de lo que antes había destrozado, pasando de lo grotesco a lo patético.

Solo él pudo caricaturizar a la vez el aspecto más superficial de la modernización posconciliar de diseño y la rancia nostalgia preconciliar. Imposible no recordarlo viendo las casullas pop de Jean Charles de Castelbajac y el báculo con lucecitas de Sylvain Dubuisson que parecía sacado de las casullas de neón fellinianas. Tenía razón Wilde: la vida imita al arte.

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