El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
En tránsito
Creemos vivir en un mundo muy sofisticado y chic, pero en realidad seguimos viviendo en el sórdido mundo de las novelas de Galdós. Ese mundo de cesantes, muertos de hambre, arribistas y desgraciados que tienen que buscarse la vida como pueden en aquel Madrid decimonónico donde miles de personas vivían en los sótanos y en los pasillos del Palacio Real subsistiendo a base de sablazos, limosnas o un mísero cargo dependiente de la Corte. Y hoy las cosas son iguales, créanme, por mucho que nos engañemos pensando que aquel mundo ya ha sido sepultado para siempre. Fíjense, si no, en esa grabación que circula por ahí y en la que se dice que nuestro gran hombre, nuestro gran líder, nuestro gran caudillo, está muy preocupado por los problemas procesales de su mujer y lo expresa con una frase que podría ser del mismísimo Juanito Santa Cruz, aquel pollo pera de Fortunata y Jacinta que iba de guapo y listo y de presumido pero que no era más que un tipo fatuo, infantiloide y mentiroso (¿les suena?). Pues bien, parece ser que nuestro gran hombre suele exclamar cuando sale a colación el tema de su mujer esta frase de hondas raíces galdosianas: “Puede ser una pichona, pero no una corrupta”. Se refiere a su docta esposa, por supuesto.
“Pichona”, vaya palabra. Yo no la había oído en la vida, a no ser en su sentido ornitológico (pollo del palomo casero), pero en este caso el sentido es mucho más vulgar porque significa “tonta” o “ilusa” o “fácil de engañar” (he tenido que buscarlo en Google, no lo conocía). O sea, que nuestro gran hombre reconoce –si esa grabación es cierta, y tiene todas las trazas de serlo, o al menos suena muy verosímil– que es un hombre profundamente enamorado de alguien que, bueno, ejem, no posee una inteligencia muy destacable, por decirlo de forma elegante.
Debe de ser muy duro descubrir, a una edad ya madura, que uno está profundamente enamorado de una persona que posee una inteligencia digamos que candorosa, o inocentona, o crédula, o más bien bobalicona (sigamos usando adjetivos suaves). Y sobre todo, cuando uno tiene un concepto tan alto de uno mismo que se cree destinado a gobernar su país todo el tiempo que haga falta. Qué terrible debe de ser eso: uno se cree uno de los grandes políticos del siglo XXI, y resulta que no es más que un petimetre de novela de Galdós casado con una “pichona”. Fastuoso.
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