El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
Cada vez que me subo al tejado de esta columna, "bien sabe Dios", como diría mi padre, o "pongo a Dios por testigo", que diría Escarlata O'Hara, encarnada en una bellísima Vivien Leigh -en Lo que el viento se llevó- que nunca he jugado a ser Benito Pérez Galdós escribiendo mis propios Episodios nacionales, jamás,que en mi caso serían Episodios cordobeses. Pero me obligan a hacer una reflexión estos días en los que uno va a comprar al supermercado y se deja 40 ó 50 euros sin llevar apenas nada a casa por esa subida indiscriminada de los precios que no para en los últimos meses, en base a... dicen que la guerra que se libra en Ucrania, dicen tantas cosas que lo cierto es que uno no sabe ya qué creer con tanta especulación.
En 1993, por motivos personales que no vienen al caso, dejé a un lado el Periodismo para trabajar en una empresa de Hinojosa del Duque llamada Hermanos Pozo -un abrazo a Rafa, Manolo, Jesús Gabriel, Paqui y también un abrazo al Cielo para Tiburcio-. En esa empresa, entre otras cosas, me dedicaba a vender ultramarinos en plazas del mercado de buena parte de Los Pedroches y el Guadiato.
Me inventé entonces un término, gangui, para bautizar a todas las mujeres que venían a esos puestos de abastos a buscar solo las ofertas. La que más ofertas se llevaba era la supergangui de la semana. He de reconocer que ese tiempo, cinco años, fueron para mí como un máster en humildad. Ahora, con la cesta de la compra por las nubes entiendo a aquellas mujeres y yo soy el mayor de los superganguis. Todo ello en un contexto en el que me río de Janeiro cada vez que el Gobierno defiende que le sube los impuestos solo a los ricos, porque me pregunto que quizás yo sea rico y no me he enterado, ya que mi cuenta corriente dice lo contrario.
Y todo ello también en un contexto en el que me da rabia ver esa chapuza que significa que el Norte de la provincia, Los Pedroches -donde nací- y el Guadiato, por un suspenso en la gestión de las administraciones, haya vuelto a aquella época en la que el agua potable la distribuían en casi una treintena de municipios camiones cisterna, época en la que yo era un niño y mi familia acudía al paso de esos camiones con cántaros a comprar agua.
Llevo tres décadas en esto que se llama Periodismo y hace ya muchos años que empecé a publicar artículos sobre un embalse, el de La Colada, ubicado entre Hinojosa del Duque, Belalcázar y El Viso, cuya construcción demandaban los alcaldes de la zona. La Colada fue una realidad en 2006 y hasta que la sequía no ha apretado tan solo era una gran piscina sin conducciones, por... mejor me callo. Tras quedarse seco el embalse de Sierra Boyera -el que surte al Norte- se ha construído un mecanismo para llevar el agua de La Colada a Sierra Boyera y desde ahí distribuirla a los pueblos, un agua declarada ahora no potable. Queridos gestores, peor, imposible.
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