El gato chino caza ratones

Alto y claro

Fue Deng Xiaoping quien allá por los años ochenta le dijo a Felipe González aquello tantas veces citado de que no importa que el gato sea blanco o sea negro, lo que importa es que cace ratones. Deng fue una de las personalidades más fascinantes de la segunda mitad del siglo XX. Él fue el que recogió los restos del maoísmo y construyó con ellos los cimientos de la China de hoy, la que es capaz de compaginar una dictadura de partido único en lo político con un sistema ferozmente capitalista en lo económico y quien puso las bases para que China sea hoy el único en condiciones de acceder al puesto de primera potencia mundial ante el declive de unos Estados Unidos que han entrado en una decadencia parece que definitiva y que han cometido un acto de suicidio como nación con la elección de Trump.

La China con la que estos días coquetea Pedro Sánchez es, por encima de cualquier otra cosa, un Estado imperialista que aspira a aumentar su influencia en el conjunto del mundo, no sólo en el Pacífico, y arrinconar a Estados Unidos. Ha extendido sus tentáculos por África y América Latina y sueña con aumentar su penetración en Europa. En el nuevo escenario mundial China ya no es el país de las manufacturas baratas y la fuerza laboral sometida a condiciones de semiesclavitud. Es un gigante militar y tecnológico cuya ambición no conoce límites.

Se equivocará Europa si piensa que China es una alternativa a la retirada de Estados Unidos. Nunca será así. Si hay algo opuesto a lo que representa Europa, a sus valores humanistas y a su forma de entender las relaciones sociales es la gran potencia que asoma por el oriente. Por eso no se entiende muy bien qué es exactamente lo que ha buscado Pedro Sánchez en Pekín y si ha ido comandado por una Unión Europea que en esta crisis internacional está dando muestras de una debilidad y una irrelevancia que dan miedo.

Europa, en un contexto geopolítico que cada día se complica más, debe aspirar a tener relaciones comerciales fluidas con China. No le queda otra. Pero tiene que marcar distancias con una potencia que es la encarnación de todo lo que rechaza y en la que la libertad es un valor que ni siquiera cotiza. La solución para Europa es fortalecerse y unirse, aunque ello le suponga cesiones y renuncias. Todo antes que convertirse en uno de esos ratones que el gato de Deng Xiaoping, fuera blanco o fuera negro, aspiraba a cazar.

stats