Gestos

Cambio de sentido

La diferencia entre ver y mirar –contaba Carlos Edmundo de Ory– es que al ver constatamos que las cosas existen y, al mirar, hacemos existir las cosas dentro de nosotros. Buen matiz. Me gustan esos momentos en los que algo me hace cambiar la mirada y ver lo de siempre con ojos nuevos: suelen ser indicativos de algún aprendizaje. En los días pasados, los asuntos de mi oficio me han hecho trasponer hasta Japón, donde he tenido la ocasión de perderme en múltiples códigos desconocidos y, a la vez, encontrarme con otras maneras, muy distintas, de entender y hacer las cosas. Como no son pocos los prodigios a los que he asistido, les daré la brasa por entregas. Hoy me detengo en los gestos, los saludos, las reverencias, las maneras de mostrar respeto por quienes, conocidos o no, entablan aunque sea una mínima interacción.

Atrocho: desde que he vuelto a España, miro con otros ojos (y sufro un poquito más) nuestra manera de desconsiderarnos, de no saludarnos en el ascensor, de mirarnos por encima del hombro, de respondernos malamente, de no pedir disculpas, de colarnos en la fila, de chillarnos, de no bajarnos para dejar paso a otro en la angosta acera. Hay quienes reservan los cabezazos y genuflexiones para los de arriba, una indiferencia arrolladora para los iguales y el desprecio enciclopédico para los sin hogar, la inmigrante, el desposeído. Así nos va. No es cuestión de melindres; los gestos y su poder simbólico nos componen. Estoy con quienes piensan que los gestos de respeto pueden enseñarnos más profundamente a honrar la dignidad de los demás que cualquier perorata (como esta que ahora están leyendo). Los gestos corporales transforman a quienes los realizan y a sus destinatarios.

Pensaba en ello en estos días al ver (y mirar) las pompas fúnebres del papa Francisco. Gestos: Trump al filo de apretar las manos a Felipe VI a la manera dominadora, Trump haciendo mohínes, Trump de azul en el sepelio, Trump que no sabe –literalmente– dar la paz, Trump negándole la silla a Macron, Trump -que tiene que ser el muerto en el entierro- que en la foto con Zelenski. Y Pedro Sánchez brillando por su ausencia. No sé qué asunto ineludible arrebataba al presidente de representar a nuestro país en la despedida y la muestra de respeto ante el mejor papa que ha dado el Vaticano. Cuando quienes ostentan el poder desconocen las formas elementales de reverencia y las sustituyen por ninguna, no solo sirven de mal ejemplo: anuncian la hora de echarse a temblar.

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