Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Todo lo que era sagrado
En tránsito
Por la calle –estamos en Halloween– me encuentro con dos niños que salen del colegio cubiertos de vendas (no sé si van disfrazados de momias o de politraumatizados). La madre le pregunta a uno de los niños: “¿Te lo has pasado bien en clase?” Y el niño adopta una pose enfurruñada y contesta con un despectivo “Bah, un poco”. Pobre madre: ha invertido horas y horas de su tiempo en disfrazar a los hijos, pero no parece que el trabajo agotador le haya servido de mucho este día. He aquí un retrato hiperrealista de nuestra sociedad.
Justo cuando me cruzaba con esos niños, las riadas de Valencia estaban destruyendo todo lo que se encontraban a su paso. Estamos ante una tragedia de proporciones incalculables que nos costará mucho tiempo asimilar. Pero nuestra política –sobre todo desde que Pedro Sánchez llegó al poder– ha jugado a vivir en un mundo de disfraces catastrofistas que en realidad ocultaban la vacuidad más absoluta. Sólo una muestra –grotesca, pero representativa–: el Instituto Cervantes había organizado un curso de bable en Nueva York patrocinado por el Gobierno de Asturias. Y tuvo que suspenderse porque sólo se había matriculado un alumno. Sería interesante saber cuánto dinero público se despilfarró en esta iniciativa digna de un Tartarín de Tarascón de Mieres (¡enseñar bable en Nueva York!), pero así funcionan las cosas en nuestro desdichado país. Hasta que de repente aparece la cruda, la despiadada, la sangrienta realidad y nos devuelve de un sopapo a la triste condición humana expuesta a todas las calamidades de la naturaleza, como en los tiempos del pobre Job.
Tengo la impresión de que este zarpazo brutal de la realidad va a ser el último clavo en el ataúd de la nueva política del falso progresismo (desde Pedro Sánchez y los independentistas a los sumanditos y sumanditas y podemitos y podemitas): toda esa política histérica fundada en fanatismos ideológicos que se negaban por principio a enfrentarse a la realidad elemental –y biológica– de la naturaleza y del género humano. Pero esta gente tiene una ventosa pegada al trasero. Y una vez amarrados a un sueldo público que pagamos los cuatro desgraciados de siempre, va a ser muy difícil mandarlos a dar clases de bable en Nueva York, disfrazados con las vendas falsas de heroicos luchadores por el progreso de la Humanidad.
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