La ciudad y los días
Carlos Colón
Las tenias de la política
Reloj de sol
NI un grito más. Ya no. Ni un refugio más en el cuarto de baño. Que no se haga ya más de la casa el silencio, del temor dormitorio, de la vida un pasillo. Que no se escuchen golpes a través de la puerta, tras el quicio dormido, con la sangre en cuclillas. Que no se tema más la llegada nocturna, su sordina de llaves, el temblor de la cena. Ya no más la mirada enquistada en el suelo, la humanidad mordida, bajo el parecer mudo. Ya nunca más los ojos hundidos en los platos, el temblor de la mesa, el tirón del mantel, sumergida la voz dentro del fregadero. Ya no más el arrastre de la silla en el suelo, con su rabia de lija, su mortero invisible. Ya nunca más el labio ahogado en la bayeta, su mortaja de lluvia, su dolor sin mortaja. Nunca más caminar con las gafas de sol demasiado aparentes, para esconder la sombra de un eclipse marcado que es la zarpa bestial bajo el sol de los ojos. Ya nunca más vergüenza, ya nunca más temor, ya nunca más temblor, para contar la autopsia antes de que suceda, para hilar el relato de los días con horas, cada hora un minuto, y también el segundo, por su punto un dolor, cada dolor un punto, y también un segundo, y todos bien cosidos para cicatrizar una herida de años.
Pedimos todo esto a la mujer maltratada, a la mujer injuriada, a la mujer vejada. Pedimos todo esto, que es una rebelión, frente a ese ataque continuo, colectivo y consciente que es el horror privado del hogar. Pedimos todo esto, pero también sabemos que la mujer que avance realmente no puede hacerlo sola, que necesita amparo: pero no de justicia únicamente, sino de cobertura física efectiva, de una protección de la muerte segura. Por requerir, incluso nos demanda un cambio de lenguaje, porque "violencia de género", sin más, es una cosa neutra, es un crimen sin nombre, es un dolor sin género. Porque ni sólo es "violencia", ni es "de género": es terrorismo contra las mujeres, porque el terror es un arma cargada de pasado que conocemos bien, que va anulando lenta, eficazmente, una dignidad hasta triturarla, una identidad hasta degradarla, la estatura de un ser para volverla gota y rendición, sumisión esclavista, una degradación íntima y oculta, de la puerta hacia dentro, del pasillo hacia ella, en su asfixia de armario.
Ni un chiste más, ni una broma más, sino igualdad honrada, laboral, de derechos. Ningún machismo más, ni una contemplación. Por todo esto es hermoso que hoy presente Pepa Merlo en Córdoba Peces en la tierra, su antología de las poetas del 27: Carmen Conde, Rosa Chacel o Concha Méndez. También sus poemas miran más allá de nosotros. Ni un grito más. Ya no.
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