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La disputa por conseguir la mayor audiencia entre el programa de Pablo Motos (El Hormiguero) y el de David Broncano (La Revuelta), es un síntoma claro de la deriva frentista que envuelve el ambiente económico, político y social. Incluso en este tema, el etiquetado de uno de los programas como de derechas y al otro como de izquierdas, nos muestra la simplicidad de los análisis que caracteriza el tiempo que estamos viviendo.
Es posible que una de las razones más poderosas que influyen y explican esta confrontación entre los dos programas citados, sea el miedo a perder los enormes beneficios ligados a la publicidad que El Hormiguero y Antena 3 tenían antes de aparecer un gran rival en la cadena pública RTVE. Claro, de esto se habla poco o casi nada.
En las cadenas privadas suele ser habitual que los grandes programas se desarrollan en formatos en los que el protagonista principal (por ejemplo, el presentador), es el propietario total o parcialmente de la empresa que gestiona el programa de éxito en cuestión. La audiencia es una variable fundamental para atraer publicidad y para definir la tarifa de la misma. Y los ingresos obtenidos por esta vía repercuten tanto en la cadena como en la empresa propietaria de los derechos del programa en cuestión.
Si aparece un competidor que sea capaz de hacer mella en la audiencia, el riesgo de perder ingresos vinculados a la publicidad es un asunto que puede explicar de manera clara el porqué de la batalla de El Hormiguero contra La Revuelta.
Lo lamentable de esta situación es que, además de estar bien oculto el motivo económico de la confrontación, se presente como una derivada más de la típica dialéctica partidista derecha/izquierda.
Esto contribuye indirectamente a incrementar el clima de confrontación política que tanto interesa a quienes pretenden deteriorar la política como requisito para conseguir mejor sus ambiciosos objetivos económicos. Y si de camino se consigue erosionar a la cadena pública, tanto mejor para los intereses de las cadenas privadas. Es por eso que conviene ver más allá haciendo valer el dicho de “evitar que las ramas no impidan ver el bosque”.
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