Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
Todo apuntaba a que esta pasada semana se hablaría, y mucho, de la (no) tramitación parlamentaria de la Ley de Amnistía. Y no. Nos hemos pasado buena parte de la semana, e intuyo que aún le queda trecho, hablando del ya célebre cartel anunciador de la Semana Santa de Sevilla de este año. No creo que, a estas alturas, tenga que explicar la obra de Salustiano, ese Resucitado de cuerpo armónico, cachas, guapetón, con melena que ya hubieran querido los Bee Gees para cualquiera de ellos. Como tampoco creo que tenga que explicar la que se ha liado, en todo el país, con la imagen. Como siempre, opiniones para todos los gustos, abundancia de radicalismos extremos, incluso de amenazas, y explicaciones de un lado a otro, pasando por el centro, y hasta el más allá. Se ha pedido su retirada, que los posibles expositores lo boicoteen y no sé cuántas otras barbaridades más.
Puedo entender muchos de los comentarios vertidos, entender pero no compartir, que no es lo mismo, salvo aquellos que apuntan a que en la obra presentada por Salustiano hay un insulto, una ofensa, contra la figura de Jesucristo, contra la Iglesia y la Semana Santa. Tal vez sean las únicas opiniones que no entiendo, porque sinceramente no veo nada de ofensivo, tampoco de revolucionario o escandaloso en este cuadro. No creo que un creyente o un sacerdote se pueda sentir ofendido o dolido por lo que contempla, no hay nada sucio o hiriente en la representación que realizado el artista de la figura de Jesucristo. Me llaman mucho la atención las críticas vertidas hacia el Consejo de Hermandades de Sevilla, acusándole de “no estar encima” de lo que estaba haciendo el pintor. Esto ya no es que me parezca retrogrado, es que directamente lo considero una apelación a la censura, cuando poco, así como el no tener conciencia del tiempo en el que estamos.
Intentar dirigir la obra de un creador, sea cual sea el medio, género o superficie que se exprese, es atentar contra la esencia misma de la creación, que es un proceso íntimo e inexplicable, que en muchas ocasiones no se atiene ni a la lógica, ni a los gustos ni a lo que algunos entienden por moral. Porque esa podría ser la gran pregunta en todo esto: ¿quién define la moral?
¿Quién es el que marca la frontera de la moral, de lo respetuoso, y hasta de “lo que debe ser”? Quien considere que se trata de una obra sexualizada me temo que no ha entrado en muchos museos, tampoco en iglesias, y que las clases de Arte se las saltó. En los últimos diez siglos se han creado muchísimos Jesucristos más sexualizados que el de Salustiano. Por ejemplo, a un tal Miguel Ángel se le ocurrió plasmarlo completamente desnudo, sin un paño cubriendo sus genitales. Hablemos claro, en estos días hemos visto en las redes, en las tertulias y en las barras de los bares una avalancha de homofobia en su representación más gráfica y tradicional. Aberrante, casposa, intolerante y retrograda. La homofobia de los que se niegan a aceptar los cambios, la normalización, de esos que escupen mariquitas, invertidos o bujarrones a la menor oportunidad, porque de ahí no pasan. Ha sido la excusa, porque necesitan muy poco para salir y volver a zambullirse en el fango.
Sin embargo, y a pesar de algunos exabruptos, creo que es muy sano lo que ha sucedido durante los últimos días, porque al final hemos estado debatiendo en torno a una obra de Arte. Se nos ha olvidado el VAR, Operación Triunfo y la amnistía, y eso ya es una auténtica hazaña.
Y el Arte, cualquiera de sus expresiones, como una empanadilla, una canción o una película, te puede gustar o no, más allá de sus valores artísticos, estéticos y hasta discursivos. Porque no conectas, porque no te transmite, por lo que sea, pero eso es muy distinto de catalogarlo como algo dañino. Ojalá más debates (sin cavernarios) como el acaecido, ojalá uno cada semana, y ojalá ese batallón de memes cada día. Algunos de ellos, de una brillantez innegable, además de una rapidez ultrasónica. Talento en estado puro. A este paso acabaremos viendo algún meme en un museo, dentro de unos años. Porque hablando de Arte, más que les pese a algunos, todo es posible. Y por suerte evoluciona más rápido de lo que lo hacemos socialmente. Porque es libre, porque carece de complejos y nace con una gran intención: emocionarnos (más allá de la lógica y de lo que consideramos como convencional). No es poco.
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